Alberto López Basaguren
Groenlandia, objeto de deseo
Catedrático de Derecho Constitucional
Fecha de primera publicación: 30/01/2025
Groenlandia se ha situado en primera línea de atención de los medios de comunicación después de que Donald Trump, el nuevo presidente de los Estados Unidos, manifestara, entre otros, su deseo de comprar el territorio; lo considera esencial para garantizar la defensa de su país. Aunque también hay quien se ha referido a sus enormes riquezas naturales -minerales y “tierras raras”- como motivo no desdeñable de ese deseo.
Groenlandia es un país del todo especial, como nos mostró Bernardo Atxaga en su ‘Groenlandiako lezioa’[1]. Un territorio inmenso, en torno al Polo Norte, casi pegado al norte de Canadá, cubierto de hielo, estratégicamente situado -especialmente, ante la nueva geopolítica del Ártico que está configurando el deshielo provocado por el cambio climático-, con poquísimos habitantes (alrededor de 50.000), la inmensa mayoría de ellos del pueblo ‘inuit’ –nuestros antiguos ‘esquimales’-.
Alguna de las preguntas planteadas sobre Groenlandia tiene especial interés para tratar de vislumbrar las posibilidades del deseo de Trump: ¿Cuál es el estatus político de Groenlandia? ¿En manos de quién está su destino político?
A lo largo de dos siglos Groenlandia fue una colonia danesa. El proceso de colonización iniciado en el siglo XVIII se intensificó a comienzos del XX. La ONU la incluyó entre los territorios sometidos a dominación colonial. Pero en 1954 consideró idóneo el nuevo estatus de territorio integrado en el Estado unitario que le atribuyó la Constitución danesa del año anterior, considerando concluida la situación de dominación colonial. La consideración de Dinamarca como ‘poder colonial benévolo’ fue, ciertamente, efectiva. Esa nueva situación abrió un proceso de “danificación” que complicó las cosas. Tras el fracaso de esa política se abrirá un nuevo tiempo. Con un amplio respaldo en referéndum (consultivo), en 1979 Groenlandia se convirtió en territorio autónomo (‘Home Rule’), estableciéndose un Parlamento (‘Inatsisartut’) y un Gobierno (‘Naalakkersuisut’) para ejercer las competencias que asumía. La autonomía tenía una finalidad clara: impulsar el desarrollo político, económico, social y cultural de una sociedad hasta entonces subordinada o dominada, de forma que la comunidad inuit alcanzase la solidez suficiente para autogobernarse adecuadamente.
El éxito de la autonomía impulsó a los responsables políticos de Dinamarca y Groenlandia a dar un paso adelante. Como resultado, en 2009 se aprobó el autogobierno (‘Self-Government’) de Groenlandia, régimen que continúa en vigor. Se incrementó el poder político del territorio y se estableció el groenlandés (‘kalaallisut’) como lengua oficial. La ley de autogobierno establece un sistema flexible. Amplió las competencias, estableciéndose la posibilidad de incrementarlas a medida que las autoridades del territorio lo consideren conveniente. Son pocas las competencias que, en cualquier caso, deben permanecer en manos de Dinamarca: defensa, política monetaria, relaciones internacionales… Además, la ley deja en manos de la ciudadanía del territorio la opción de que Groenlandia se convierta en un país independiente. Si la ciudadanía tomara una decisión en ese sentido, tendrán que abrirse negociaciones entre los dos gobiernos; el acuerdo que se alcance tendrá que ser respaldado por el Parlamento del territorio, en primer lugar, y por el pueblo, finalmente. Dinamarca parece haber interpretado el nuevo estatus como la última etapa en el proceso de descolonización dado que inmediatamente lo notificó oficialmente a la ONU.
Dos cuestiones más deben ser tenidas en cuenta. La primera se refiere a la UE. Groenlandia quedó fuera de la organización en 1985, tras un referéndum realizado tres años antes. Su economía era demasiado débil como para sobrevivir en el ‘mercado interior’ europeo, carente de barreras. En la actualidad, Groenlandia tiene un estatus especial en la UE, entre los países y territorios de ultramar, protegido por un Protocolo especial, pero con capacidad para, entre otros, recibir ayudas de los programas de la Unión. En consecuencia, dentro y fuera, al mismo tiempo, de la UE, pero bajo su protección.
Por otra parte, Groenlandia está dentro de la OTAN, en su condición de territorio danés. Además, desde los años 50 del siglo XX, Estados Unidos tiene una potente base militar para el control aéreo y del espacio en el extremo norte de Groenlandia: la ‘Thule Air Base’ (actualmente denominada ‘Pituffik Space Base’). El argumento de la seguridad no parece, por tanto, convincente, salvo que Trump pretenda convertir su América en el único protagonista militar occidental, marginando a la OTAN.
En este panorama, ¿qué posibilidades tiene la pretensión de Trump?
Si Groenlandia se convirtiese en un país independiente tendría capacidad para negociar con la América de Trump, acercarse a ella y librarse del dominio de Dinamarca… para quedar bajo el de Estados Unidos. Hasta ahora, sin embargo, el objetivo del pueblo groenlandés ha sido otro: superar el dominio colonial para ser dueños de su destino, salvaguardando y desarrollando adecuadamente sus características singulares (modo de vida, cultura y lengua, entre ellas), así como proteger sus riquezas naturales, para no ser apropiadas en beneficio ajeno. A pesar de sus vaivenes, Dinamarca ha mostrado buena disposición para aceptar y proteger la singularidad de Groenlandia.
Groenlandia es un país con grandes debilidades -poquísimos habitantes en un territorio inmenso, con una naturaleza que impone enormes dificultades-, por lo que puede ser fácilmente dominado si carece de protectores poderosos. ¿Tendrá Groenlandia capacidad suficiente para garantizarse un futuro como pueblo singular? No es fácil predecirlo. Pero, como con acierto dice Atxaga en su ‘lección’, “gure Groenlandia handi baina ttiki honetan, kalteak handiak izan daitezke”[2].
[1] La versión en castellano -reelaboración, no traducción- se incluye en el volumen Lista de locos y otros alfabetos, bajo el título “Desde Groenlandia con amor”.
[2] “En esta Groenlandia nuestra, grande pero pequeña, los daños pueden ser ingentes”. Frase que aparece en el original en euskera, pero no en la versión -reelaboración- en castellano.