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Iñaki Milton Laskibar, Laura Isabel Arellano García y María Puy Portillo

Nos hacemos mayores y nuestras bacterias también

Investigadores de IMDEA y de la UPV/EHU, respectivamente

  • Cathedra

Fecha de primera publicación: 27/03/2023

Este artículo se encuentra publicado originalmente en The Conversation.

La esperanza de vida ha aumentado en las últimas décadas, pasando de los 62,8 y 58,1 años registrados en 1950 en Europa y América, respectivamente, a los 77 y 74,2 años en la actualidad. Aunque es buena noticia, ese incremento también ha provocado un aumento en la prevalencia de enfermedades crónicas asociadas al envejecimiento, como el cáncer o enfermedades cardiovasculares y neurodegenerativas.

¿Hay solución? Si bien el envejecimiento es un proceso natural e inevitable, las patologías asociadas a él se pueden prevenir. En ese sentido, las estrategias más utilizadas son las intervenciones dietéticas y la promoción de ejercicio físico regular. Curiosamente, esas estrategias tienen un denominador común: influyen sobre la composición y funcionalidad de la microbiota intestinal.

La microbiota envejece con nosotros

Nos referimos a la microbiota cuando hablamos del conjunto de microorganismos (bacterias, arqueas, bacteriófagos, virus y hongos) que coexisten en superficies externas e internas del organismo humano, como la piel, las mucosas y el tracto gastrointestinal. En concreto, la microbiota intestinal interviene en diversas funciones fisiológicas (respuesta inmune, digestión y absorción de nutrientes, y producción de metabolitos bioactivos), por lo que las perturbaciones en su composición pueden influir en el equilibrio metabólico del huésped. Lo que en la jerga médica se conoce como homeostasis.

Aunque parece que existen rasgos comunes en la composición de la microbiota intestinal de los individuos claves para mantener las funciones vitales, también se ha detectado que existen diferencias entre la microbiota de personas jóvenes y de mayor edad. Esos cambios producen una pérdida de funcionalidad de la microbiota intestinal debida a una menor riqueza y diversidad microbiana, pero también a un aumento en el número de bacterias asociadas al envejecimiento no saludable.

Por ejemplo, se ha observado que el filo ‘Firmicutes’ y el género ‘Bifidobacteria’ disminuyen con la edad, mientras que los filos ‘Bacteroidetes’ y ‘Proteobacteria’, y la familia ‘Enterobacteriaceae’ aumentan. Eso hace que se desequilibre la relación simbiótica entre las bacterias de la microbiota y el huésped.

¿Cómo le afecta la edad a la microbiota?

La barrera intestinal juega un papel clave en la protección contra patógenos. A medida que envejecemos, las uniones entre los enterocitos que forman esa barrera protectora se debilitan, perdiendo su funcionalidad. Eso, junto a los cambios que desequilibran la microbiota al envejecer, deriva en una mayor permeabilidad intestinal y en el sobrecrecimiento de bacterias patógenas. Como consecuencia, aumenta el acceso de bacterias o componentes bacterianos al torrente sanguíneo.

En ese escenario, tanto la producción como la liberación de citoquinas proinflamatorias al torrente sanguíneo se disparan. A ese respecto, un estudio comprobó que la transferencia de microbiota intestinal de ratones ancianos a ratones jóvenes provocaba un aumento de la inflamación intestinal, proceso conocido como ‘inflammaging’ (inflamación asociada al envejecimiento).

Para empeorar aún más las cosas, con el paso de los años se altera la producción de metabolitos microbianos derivados del procesamiento de los alimentos. En concreto, la producción de ácidos grasos de cadena corta (AGCCs), que tienen un probado efecto antiinflamatorio, se ve reducida con la edad.

Más pescado azul, romero y perejil

Se ha descrito que el consumo de ciertas cepas de bacterias probióticas de los géneros ‘Lactobacillus’ y ‘Bifidobacterium’ no solo ayudan a mejorar la composición de la microbiota intestinal, sino que promueven la producción de AGCC antiinflamatorios. Además, el consumo de prebióticos ayuda a que las bacterias de la microbiota intestinal tengan sustrato para crecer.

En ese sentido, los aceites esenciales de plantas aromáticas características de la dieta mediterránea como el perejil y el romero muestran efectos prebióticos sobre la microbiota. Asimismo, el consumo de galacto-oligosacáridos (GOS), abundantes en las legumbres, y de fructo-oligosacáridos (FOS) presentes en alimentos como la cebolla, el puerro o los ajos, resulta especialmente efectivo para prevenir la disminución de bacterias del género ‘Bifidobacterium’ que se da al envejecer.

También aumenta la riqueza de la microbiota intestinal consumir ácidos grasos ω-3, abundantes en las sardinas, el salmón y otros pescados azules. Asimismo, incorporar hábitos como, por ejemplo, una alimentación rica en fibra y micronutrientes o la práctica de ejercicio físico pueden ayudarnos a mantener una mejor composición microbiana y a envejecer de forma más saludable.

The Conversation