Comisionada para la acción internacional de la Universitat Oberta de Catalunya
Pastora Martínez: «Incluso en las áreas temáticas con una mayor infrarrepresentación femenina hay expertas con las que enriquecer los planteamientos y debates del panel en cuestión»
- Entrevista
Fecha de primera publicación: 20/06/2024
El pasado 4 de junio tuvo lugar la segunda edición de Género y comunicación de la ciencia. Una jornada para reflexionar sobre cómo implantar la perspectiva de género en la comunicación científica. El encuentro ha sido organizado por la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU y Euskampus Fundazioa, ha contado, además, con la colaboración de Iberdrola, la Dirección para la Igualdad de la UPV/EHU, el Gobierno Vasco y EITB.
Una de las ponentes fue Pastora Martínez Samper, comisionada para la acción internacional de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), que, partiendo de los llamados All Male Panels, habló de la necesidad de una comunicación más inclusiva.
All Male Panels, paneles compuestos tan solo o casi en su totalidad, por hombres. Los ejemplos son muchos y es una tendencia que, quizás se va reduciendo, pero siguen estando presentes en el día a día. Es una denuncia que nace con tintes irónicos, pero el problema es muy serio.
El problema es muy serio porque reafirma algunos estereotipos de género muy presentes aún en el imaginario colectivo. Incluso uno de los menos confesados: que las mujeres somos intelectualmente inferiores a los hombres. Esta creencia, que la periodista científica Angela Saini demuestra y desmonta en su libro “Inferior” (Círculo de Tiza, 2017), se retroalimenta cada vez que se organiza un panel exclusivamente masculino.
Una creencia que ha estado muy presente también en la academia y que, como academia, debemos responsabilizarnos en desarticular con todos los argumentos posibles, con datos y evidencias, por supuesto, y por qué no con ironía fina como la iniciativa de investigadora de la Universidad de Tampere, Saara Särmä. También apelando a la responsabilidad de nuestros colegas académicos, con acciones específicas a las que se han sumado ya muchos de ellos como la iniciativa “No Sin Mujeres” que nos recordaba uno de los organizadores de las jornadas Género y Comunicación Científica, Óscar Menéndez.
Uno de los principales motivos que aducen quienes organizan los paneles de las distintas jornadas es la dificultad de encontrar mujeres dispuestas a participar. Usted, en cambio, defiende que hay mujeres y que la situación tiene más que ver con razones estructurales. ¿Cuáles son esas razones?
Efectivamente, incluso en las áreas temáticas con una mayor infrarrepresentación femenina, como son las ingenierías, siempre hay expertas con las que enriquecer los planteamientos y debates del panel en cuestión. Pero la excusa de que no hay expertas sigue siendo una de las más frecuentes. Y aquí es donde se debe insistir en la responsabilidad de los equipos organizadores de estos eventos para que se esfuercen en enriquecer con miradas diversas los debates que plantean.
Los motivos estructurales a los que me refiero son muchos y diversos y van desde los sesgos inconscientes con los que todos cargamos (algunos organizadores no ven ningún problema en organizar mesas con personas con un único perfil) a la falta de incentivos institucionales para configurar debates más plurales. Y así, toda una estructura pensada por y para un perfil determinado de personas.
La modificación en la denominación de carreras universitarias como la informática supuso un cambio en el perfil de sus estudiantes. Aumentó la presencia de hombres y cayó en picado la de las mujeres. Pero usted va más allá. Asegura que el ámbito tecnológico está inmerso en un círculo vicioso en el que los sesgos de género son omnipresentes.
No fue sólo el cambio de denominación lo que influyó a esta reducción de matriculadas en informática, sino que ese paso de ser una licenciatura para integrarse en las ingenierías vino acompañado de cambios en el currículum formal e informal; en qué y cómo se enseña. Todo ello acompañado además por un contexto social que sigue reforzando los estereotipos de género.
Esta tendencia cada vez mayor de una infrarrepresentación de la mitad de la población en ámbitos que diseñan y aportan herramientas y soluciones para nuestro día a día genera ese círculo vicioso de peor adaptación para esas usuarias a las que en teoría que se dirigen también esas aplicaciones, de menor identificación de las mujeres con ciertos ámbitos disciplinares y, de nuevo, perpetuación de estereotipos y sesgos de género (y no sólo de género).
En el caso de las universidades catalanas existe una norma para incorporar la perspectiva de género en el ámbito académico. ¿Esa normativa está siendo efectiva?
Sin duda. Aún no contamos con una evaluación como sistema porque se trata de una normativa aprobada en 2019 y de aplicación progresiva en las acreditaciones de todas las titulaciones universitarias en Cataluña. Lo que sí tenemos son evidencias de que la perspectiva de género se está introduciendo en la docencia universitaria gracias a esta norma de obligado cumplimiento.
Así, en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) la hemos ido incorporando en todos nuestros programas a través de una competencia transversal de compromiso ético y global. De esta forma, el 93% de nuestros grados y el 85% de nuestros másteres universitarios la incluyen actualmente.
Su intervención en el encuentro “Género y comunicación de la ciencia” terminó con una cita que decía que, ante la dificultad de encajar a mujeres en una estructura codificada para hombres, lo necesario es cambiar la estructura en sí. ¿Cómo se consigue cambiar esa estructura? ¿Cree que es una labor en la que se van dando pasos o todavía es un objetivo difícil de alcanzar?
La cita es de Mary Beard, catedrática de Historia Antigua en la Universidad de Cambridge, quien con sus investigaciones científicas se ha dedicado a deshacer muchos de los mitos y creencias machistas que perduran hoy en día. Precisamente en el libro de la cita, “Mujeres y poder. Un manifiesto” (Crítica, 2018), donde analiza la voz pública y el ejercicio del poder por parte de las mujeres, ella aboga por un cambio estructural que pasa por un liderazgo colaborativo, diferente al ejercido tradicionalmente e identificado como masculino. Este es, sin duda, uno de los cambios más efectivos que podemos empezar a implementar todas aquellas personas con posiciones de responsabilidad. Pero hay más. Las estructuras institucionales no cambiarán sin una incorporación transversal de políticas feministas acompañadas de acciones positivas concretas y adaptadas a la organización en cuestión. Y para ello hace falta voluntad y también una educación que nos haya enseñado a detectar que el sistema actual no funciona.
Se han dado muchos pasos adelante. Por ejemplo, en las universidades españolas las unidades de igualdad han hecho una labor espectacular en el análisis y visibilización de desequilibrios internos y de propuestas de mejora gracias a planes de igualdad que son obligatorios desde hace años. Pero quedan muchos pasos más por hacer, sin desandar camino. Y aquí, sólo avanzaremos con un trabajo colectivo por parte de los diferentes actores del sistema, donde la acción individual y comunitaria sean pieza clave.