A sus 89 años, Agnès Varda vuelve a la carga con una road-movie llena de humor, arte y sentimiento, y visita San Sebastián para recibir el premio Donostia. Como haría en Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000), la autora toma la carretera para recorrer Francia, mirar a sus pueblos, y sus rostros. Pero esta vez, Varda va acompañada de un joven fotógrafo y artísta gráfico, JR, que la embarca en una nueva aventura: cubrir con fotografías de gran formato los muros de lugares tan dispares como las casas abandonadas de los mineros del Norte o los contenedores del puerto de El Havre. Visages, villages (Faces, places, 2017), que ha usado estrategias de financiación como el crowdfunding o la adquisición del film por instituciones vinculadas al arte contemporáneo (como el museo MoMA de Nueva York o la fundación Cartier), es un juego entre los autores que interactúan de forma lúdica como en una partida de ping pong. Mientras, el viaje les sirve de excusa para acercarse a personas anónimas a cuyas vidas se asoman, de forma curiosa y un tanto fugaz, dejando tras de sí obras de arte poblando sus paredes.
Aida Vallejo. Profesora de cine documental en la UPV/EHU
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