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Jon Martín y Maria Cortina exponen en la Sala de Exposiciones de las juntas generales de Bizkaia

portada

Este viernes 13 a las 19h.30 es la inauguración de la exposición de Jon Martín y maria Cortina en la Sala de Exposiciones de las Juntas generales de Bizkaia (Hurtado de Amezaga 6). Dicha exposiciónestará abierta hasta el 10 de junio. En el catálogo de esta exposición Txus Melendez nos dice lo siguiente:

La Pintura es una actividad, que por lo general acontece en dos lugares muy diferentes. Primero en el lugar en el que se pinta, la mayoría de las veces el taller y en voluntaria soledad. El segundo lugar es el de su exhibición pública.

A la exhibición pública, comúnmente la llamamos exposición y es la ocasión del careo entre los trabajos pintados, esos que llamamos cuadros, con aquellas personas que se acercan a contemplarlos. En los mejores de estos acercamientos a los cuadros, además de verlos, se añadirá el deseo por comprenderlos o como poco, por sentir un algo delante de ese esfuerzo por significar realizado en soledad. Y cuidado, significar no sería una orden o una indicación, en el caso de los cuadros puede ser una invitación a recorrer el resultado visible de ese esfuerzo, que se traduce en algo que tiene como objetivo darse a ver. Aquí en concreto, nos encontramos frente a los cuadros y dibujos que María Cortina (Infiestu, 1987) y Jon Martín (Leioa, 1980) han producido en el último año.

Si la Pintura primero es pintura, inerte en el sitio en el que se dispone para su uso o incluso antes entubada, una vez fuera de su envase y aplicada con intención, sería como mínimo una oportunidad por procurar a quien la mira una cierta visión (más o menos aquello de unos colores, ordenados de una determinada manera sobre una superficie) tal como se definió al cuadro allá por los albores de lo que fue la Modernidad. Y no es más que eso.

Hablando de las cosas que hace, María Cortina dice que “el acto pictórico supone un estar y un  movimiento físico. Mi cuerpo está puesto en eso”. Dice también: “Tener una superficie delante en la que se proyecta algo. Se carga de mi visión y de mi pensamiento y cuerpo. Saber asentarlo en esa superficie”. Dice más cosas y algunas nos recuerdan el gesto de Cézanne con las manos, tratando de explicar lo que acontece con el motivo, que si se aprietan demasiado lo ahogamos y que si las abrimos demasiado, se nos escapa.

Sea como sea, la pintora nos ha descrito una acción y un estar concreto y complejo, el de situarse con su cuerpo -esa suerte de antena sentiente que recibe y emite- delante de la superficie de la tela del cuadro, expresamente preparada para recibir de manera adecuada esa materia de color que llamamos pintura y recibirla además de modo que procure su persistencia. La pintura es aplicada con unas herramientas y es modificada en sus propiedades físicas (aligerada o espesada) según su saber y su voluntad,  para poder lograr distintos rastros o marcas en esa superficie y así procurarnos por medio del objeto realizado (sea dibujo, sea cuadro), una visión, contemplación o reflexión, que son cosas distintas.

María Cortina ha definido una actitud y unos deseos, pero nada de eso sería algo, si no se substanciaran o realizaran. Con ese objetivo, le gusta trabajar con motivos que mantiene cerca, al alcance de la mano y sobre todo, al alcance de esos vistazos que le sirven para mantenerlos frescos en su voluntad. Curiosamente y aunque gusta de tenerlos cerca, nada más lejos de su ánimo que el someterse al débito de rendir su trabajo al reconocimiento de esas apariencias, lo que María Cortina trata es de  reconstruirlos o de recrearlos, en la consciencia de ser un sujeto que opera de manera sensible a partir de un material, de unas posibilidades más o menos técnicas y finalmente de una manera recurrente de hacer, que con el tiempo ha venido en llamarse lenguaje -y en este caso lenguaje de la Pintura-.

Así, una cierta sistematización de movimientos del pincel (pensemos en el esfuerzo de la mano y el brazo moviéndose para emular la forma y la dirección de la rama), que repetido y convirtiéndose en un gesto del cuerpo del pintor o de la pintora va desprendiéndose de su intención primera, para hacerse cada vez más puro desplazarse en una superficie y en las repeticiones, trampa para atrapar al árbol en la red-trama de la propia Pintura.

Pero también, estos gestos, ejecutado con diferentes cargas o incluso de barridos, producen un espesor en superficie y una profundidad, que no es ilusionista, sino real y por consiguiente, perceptible y percibida por el ojo al dirigir su mirada al cuadro, en el que con la materia pintura en sus distintas posibilidades, María Cortina ha operado y trabajado la superficie del soporte. Además, estaría la posibilidad de que en las diferentes direcciones de los gestos, la Pintura produzca tramas, casi celosías que estructuran la superficie de la tela por medio de la forma, las texturas y el color, a la vez que dejan entrever restos anteriores, sedimentados y no solamente fenoménicamente sino realmente alejados del ojo que los ve en un escalonamiento en profundidad y que tendría como parte más alejada, la propia superficie de la tela.

Flores, árboles, paisajes, figuras sometidas a una depuración en el trabajo consecutivo por medio de gestos, líneas, direcciones, capas de color de diferentes espesores y opacidades hasta que los motivos iniciales, pierden su carácter más reconocible y sin embargo ganan de esa parte de lo intangible,  el de los aspectos más perdurables que desde el advenimiento de la Modernidad, hace más de 150 años, constituyen parte de lo irrenunciable de la Pintura, su evidencia material y por otra parte eso que vienen a llamar su “especificidad” como lenguaje constituido y que en este el caso de María Cortina, implican también la expresión de algo afín a la estructura.
En este punto, llega el turno de abordar los trabajos de Jon Martín, pudiendo trazarse comparaciones con lo anteriormente escrito sobre María Cortina. Con él también se da la circunstancia de esa doble actividad en el Dibujo y en la Pintura, aunque no se produzcan las convergencias que entre ambas disciplinas observamos en el caso de María Cortina.

Jon Martín practica diariamente el dibujo a modo de ejercicio que considera autónomo, aunque a veces también se acerque a dibujar a alguna clase en la que el modelo vivo está disponible. En otros dibujos, la tinta y el papel son suficientes para practicar eso que él define como “proceso para encontrar algo”. ¿Qué encuentra? Pues, eso depende muchas cosas, porque sobre todo es producto del momento, es instantáneo y como tal imprevisible y por lo que se puede observar, no susceptible de progreso ni de elaboración, por tanto el proceso es movimiento y actitud vivencial, sobre todo. Finalmente otro apartado independiente al que dedica bastantes de sus esfuerzos, serían sus cómics, cuidadosamente dibujados y montados de manera artesana casi como si de un libro de artista se tratara.

Respecto a sus cuadros, destacar una diferencia fundamental que no concurre en sus dibujos: los cuadros pueden ser realizados en progresión de tiempos y complejidades, no son el resultado de un único momento. Y por la manera en que pinta sus telas, según describe Jon Martín, algunas de ellas comienzan a ser pintadas sin ninguna preparación previa (sin un esquema o idea de la que partir y la tela sin ninguna imprimación). Pintar es comenzar a manchar con pinturas acrílicas. Esta operación, dependiendo de la cantidad de agua con que se aborde este primer momento, puede ocasionar teñidos (color hecho uno con la urdimbre de la tela, sin superponerse, ni alterar su aspecto superficial) y a partir de ahí continuar con el propio acrílico que se irá superponiendo y que a su vez actuará como imprimación para las intervenciones sucesivas, finalizando los cuadros con pinturas al óleo. O sea, que culmina la acción de pintar añadiendo un procedimiento, con un secado diferente, pero sobre todo con unas cualidades materiales distintas y contrastables, con respecto al trabajo anterior con los acrílicos, a los que se superpone. En otras ocasiones, las telas han sido mínimamente preparadas con látex o con polímero plástico, pero aplicados de manera irregular, con lo que la superficie ya presenta una serie de irregularidades superficiales que determinarán y condicionarán las siguientes operaciones.

Puede sorprendernos, que los cuadros y los dibujos de Jon Martín, sean realizados partiendo de premisas tan diferentes. Si nos referimos al tiempo de cada uno de ellos, el dibujo es casi un gesto en un instante o periodo de tiempo limitado. Los cuadros, como podemos observar son la realización de actuaciones que se prolongan en diferentes tiempos. En cuanto al qué o al cómo, en el caso de sus ejercicios de dibujo a partir del modelo natural, suponen situarse delante de algo y representarlo. Por el contrario, frente al cuadro la actitud es sustancialmente diferente y puede definirse como una sucesión de actuaciones puramente materiales con pintura. Estas actuaciones concretas irían desde el manchado de las telas y la posterior corrección y ocultamiento por la superposición de capas, hasta la conservación de diferentes estados preservándolos mediante esos enmascaramientos realizados por medio de cinta adhesiva. También tendríamos que hablar de los diferentes procedimientos, el acrílico y el óleo,  guiados en el empleo por puras decisiones, en principio concretas: acrílico, determinado color, mayor o menor cantidad de agua, reserva de zonas mediante el empleo del encintado (propiciando suerte de ensamblaje y de rendez-vous entre partes y modos de hacer), óleo, uso de herramientas muy diferentes (recipiente para la pintura muy disuelta y que luego es derramada en la tela, pincel, brocha, rodillo) lo ya dicho densidades de la materia pintura y de las superficies de color, muy definidas y muy estratificadas por lo que hemos dicho del empleo del recorte mediante cinta adhesiva para practicar reservas y delimitar zonas de actuación muy concretas. Tampoco olvidamos los cambios de posición a los que somete a los cuadros para tantear con ellos nuevas posibilidades y configuraciones.

Curiosamente, una vez puesto el cuadro en marcha, es cuando a Jon Martín las sugerencias que advierte en el hacer, le ayudan a entrever y más o menos, referirse a cuestiones genéricas de la Pintura, sean espacio, sean claroscuro u otras más concretas tales como espalda, perro casi alimaña, cabeza, rostro o calavera.

Sus formatos irregulares, nos hablan de una actitud no predeterminada, de aceptación de unos recursos materiales de los que dispone (trozos de tela concretos, bastidores) y a partir de esas condiciones empieza a pintar, no desde previos, sino desde lo que se posee. Una tarea en Pintura que tiene un cierto parentesco con la labor anatómica, siendo el cuadro, incluso la Pintura misma  el objeto de la disección y que por la manera de recortar o reservar zonas, el cuadro se muestra en retazos o compartimentos irregulares, siendo la propia Pintura/pintura lo exhibido (despellejada y eviscerada en las capas y partes que la componen).

Ya hay que ir acabando y para ello dos ideas que quiero subrayar como meritorias en todo esto que tenemos delante: Primero, que más allá de las diferentes biografías, trayectorias e intenciones, existe una elección que une a María Cortina con Jon Martín y viceversa y es la opción por dibujar y pintar, para en ambos casos traer a presencia como perceptos, lo propiamente realizado y esas voluntades y temporalidades derivadas de dos modos de hacer. Y segundo que pudiendo haberse quedado en nada, ha venido a ser algo, que ya es mucho.

Jesús Meléndez Arranz, Leioa, abril de 2011.

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