Hace unos años publiqué un artículo de opinión en la Revista Iberoamericana de Micología con un título que creí atractivo, “Confundiendo al confuso: reflexiones sobre el factor de impacto, el índice h(irsch), el valor Q y otros cofactores que influyen en la felicidad del investigador”, para el lector implicado en investigación científica. Aunque mi idea original era suscitar cierta polémica y que cualquier investigador se sintiera tentado a ofrecer su opinión y enviar cartas a la Revista, bien para replicar o bien para compartir las opiniones vertidas en el artículo, la reacción escrita observada fue más bien pobre (¡5 citas en la Web of Science y 11 en Scopus!). Pero soy una persona tenaz y en estos tiempos de crisis y recortes presupuestarios creo que el tema está más que nunca en la cresta de la ola. La disminución tan agresiva del presupuesto destinado a la investigación científica en ofrenda a esos dioses acéfalos que se denominan de manera eufemística “mercados”, dibuja un negro horizonte para el futuro cercano del desarrollo de nuestro país. Además, hace que todavía sea más necesario discutir y consensuar cómo debe valorarse la productividad y publicaciones científicas para que esta valoración sea más objetiva y pueda servir de apoyo para la toma de decisiones objetivas de cómo distribuir tan menguado dinero destinado a la Ciencia. En esta entrada he retomado parte de aquellas cavilaciones y propuestas y en próximas entradas deseo profundizar en los temas más directamente relacionados con la investigación en Microbiología.
Esta entrada pretende contribuir al debate sobre cómo se valora y debería valorar la calidad de los investigadores, las revistas o los países en cuanto a su producción científica. Un debate que está lejos de aclarar los términos en los que deben basarse las diferentes comisiones que juzgan la trayectoria científica de investigadores, profesores universitarios, revistas profesionales y de investigación, e incluso de las comunidades autónomas y los países. Se está creando una gran confusión, sobre todo entre los más afectados, que en mi opinión somos los investigadores españoles e iberoamericanos.
Todos nos hemos sentido alguna vez, en mayor o menor medida, preocupados y afectados por algún tipo de evaluación de nuestra trayectoria científica. Las situaciones más frecuentes son algunas de las siguientes:
- Concursar para obtener una plaza de investigador en algún centro prestigioso (o no tanto, si al paso que vamos queda alguno) o de profesor universitario después de obtener la acreditación por la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA).
- Solicitar una subvención para un proyecto de investigación a cualquiera de las instituciones públicas autonómicas, nacionales o supranacionales bajo supervisión de agencias como la Agencia Nacional de Evaluación y Prospectiva (ANEP) o similares.
- Optar a los denominados “sexenios” ante la Comisión Nacional Evaluadora de la Actividad Investigadora (CNEAI) o los de productividad de comunidades autónomas (que parecen prácticamente extintos ante el cambio climático económico y social que padecemos).
Es evidente que estas preocupaciones afectan a la felicidad del investigador, felicidad que debe ser un objetivo a perseguir si compartimos, como creo, la idea de que la Ciencia es cada vez más necesaria para el progreso sostenible de nuestra sociedad y la generación de una riqueza distinta a los llamados bonos basura o activos tóxicos. Ayudaría que las instituciones, de una vez por todas, crearan sistemas estandarizados y compatibles para presentar los currículos y proyectos que deban ser evaluados, lo que permitiría rebajar un poco la presión burocrática que sufrimos los investigadores. La “ventanilla única” que se viene proponiendo como brindis al sol desde hace décadas, ahora es técnicamente muy asequible aunque parece que las instituciones tienen poco o ningún interés en promoverla.
Estas situaciones son muy estresantes para la autoestima y el bienestar personal del investigador y más aún cuando generan dudas e intriga sobre cómo son los procesos de valoración y sobre expresiones o conceptos como el añejo factor de impacto o el más reciente índice h planteado por Jorge Hirsch. Me gustaría dejar claro que considero que damos excesivo valor y peso a estos indicadores bibliométricos. Es más, se utilizan muchas veces de una forma incorrecta por parte de los científicos y burócratas implicados en la evaluación de currículos y proyectos en las diferentes convocatorias públicas y privadas. Debemos tener muy claro que no se pueden aplicar los mismos criterios para valorar la trayectoria profesional de un científico, la calidad de una publicación científica o la política científica de un gobierno.
Los baremos e índices que se emplean en la mayoría de las comisiones y comités de evaluación de la actividad científica son imperfectos y es necesario tener muy claro cómo se deben aplicar. Es fundamental equilibrar las valoraciones en función del área de la ciencia que se evalúa y tener muy en cuente el número (masa crítica) y el peso específico de los investigadores que trabajan en esa área. Además debería realizarse una discriminación positiva de todos aquellos artículos escritos en lenguas científicas minoritarias (y aquí incluyo, que me perdone el lector, al castellano o español) que reciben un número no desdeñable de citaciones bibliográficas.
Reproduzco la pregunta que realizaba Richard Gallagher a los lectores en un editorial titulado “Speaking your mind” en The Scientist: ¿Cómo se sentirían si tuvieran que describir ideas complejas, explicar matices delicados en la interpretación de sus datos y expresar sus pensamientos más creativos en un lenguaje extraño con un vocabulario completamente diferente y una estructura ilógica? La respuesta puede ser tan variada como personas sean preguntadas, pero seguro que podrían confluir todas en tener sentimientos parecidos. Para mí e imagino que para la mayoría de nosotros, esta es una situación demasiado habitual y nos sucede lo que comenta este autor, que tenemos que realizar habitualmente estas arduas y penosas tareas que complican nuestra expresión de los resultados obtenidos y las ideas concebidas mientras que la mayoría de nuestros colegas y competidores están felizmente escribiendo y exponiendo en su lengua materna sus resultados en congresos y revistas científicas. Es más, estos competidores, en base a la prestigiosa tendencia del peer review (revisión por pares), muchas veces actúan como revisores de nuestros artículos originales y son los guardianes de la pureza de nuestro trabajo. Por esto y por otras menudencias más, estoy convencido de que es necesario que nuestras agencias de evaluación apliquen un coeficiente de discriminación positiva de los manuscritos escritos en castellano o en inglés en las revistas nacionales. Esta discriminación positiva ya se lleva realizando durante años en las comisiones de contratación, por la denominada “normalización lingüística” en las comunidades autónomas donde el catalán, el euskara o el gallego son lenguas oficiales.
- Lingua franca
Es cierto que el inglés es la lingua franca de la ciencia actual, pero creo intolerable es que esta lengua sea utilizada como pretexto para crear un monopolio anglosajón de la comunicación científica. Algo tan aleatorio como son el lugar o la cultura donde se ha nacido, crecido formado, no debería beneficiar a unos en perjuicio de otros cuando la calidad científica es incuestionable. Las autoridades científicas de un país como el nuestro deberían proteger y estimular la publicación científica de calidad en la lengua oficial o lenguas oficiales.
Nos encontramos con la denominada “paradoja científica iberoamericana”, que consiste en que los gobiernos autonómicos y nacionales subvencionan las publicaciones locales, pero de manera simultánea llevan a cabo una acción de minusvalorar, despreciar o desdeñar los artículos que se publican en esas mismas revistas que subvencionan. Este desprecio se refleja claramente en el valor que se concede a las publicaciones en revistas nacionales en las diferentes comisiones. Debemos resolver satisfactoriamente esta paradoja y promover una valoración más positiva de nuestras revistas para conseguir un efecto que ayude a la investigación con la publicación de mejores contribuciones científicas. Un apoyo efectivo a las revistas científicas irá unido de forma indisociable con el incremento en la calidad de los trabajos de investigación y estas pueden ser una fuente importante de generación de riqueza para nuestro país.
Nuestra postura debe ser flexible y adaptativa, con la potenciación y exigencia de que una parte importante de los mejores artículos de nuestros grupos de investigación más punteros se publiquen, bien en castellano o bien en inglés, en nuestras mejores revistas nacionales o supranacionales. La importante labor que están realizando instituciones públicas, como la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), o privadas, como la Fundación Lilly, merecen todo nuestro respeto y felicitación, pero es necesario un esfuerzo todavía mucho mayor en esta dirección. Si el dinero y las inversiones provienen de nuestros contribuyentes, los beneficios asociados a las publicaciones deben ser globales y también debe participar en el reparto nuestro país, ayudando a la creación de mayor riqueza local y potenciando nuestras publicaciones científicas y nuestros grupos de investigación para que a su vez generen más riqueza para la nación. Ni hay que ser chovinista en exceso, ni papanatas y beber los aires de cualquier cosa, sea buena, mala o peor, que venga de fuera, de países considerados cool. Hay que buscar un equilibrio si no queremos que se desmantelen nuestros recursos científicos y las estructuras de investigación locales en favor de nadie o de otros países que ya, de por sí, nos llevan una ventaja de varios lustros en lo económico, social y científico.
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Hola: Me temo que no he leído el artículo al que te refieres, pero he leído el resumen que pones en este blog. De entrada debo decir que mi conocimiento de estos temas es escaso. He entendido de ese escueto resumen que enlazas aquí, que el índice hirsch es un cálculo basado en el nº de citas que recibe cada artículo de un investigador, y que lo consideras un buen baremos para evaluar la calidad de los investigadores.
Todos los campos de investigación no son iguales. Mientras que en unos hay una gran cantidad de investigadores trabajando, en otros el nº de investigadores puede ser realmente pequeño a nivel mundial. ¿Tiene el índice hirsch algún mecanismo para “compensar” estas diferencias?
Estimada Ana,
Muchas gracias por tu interesante comentario. El índice h no es perfecto pero el físico que lo propuso, Jorge Hirsch, recomendó que se aplicara teniendo en cuenta la diferencia entre áreas científicas, evitando comparar investigadores de áreas diferentes. Este índice se está intentando mejorar pero es desde luego más objetivo que el sumatorio de los factores de impacto de las revistas donde ha publicado un investigador concreto. Comentaré estos temas en futuras entradas y me gustaría que siguieras aportando tus ideas, dudas o comentarios. Es un tema de debate, controvertido y dinámico, y por qué no, adictivo.
https://www.youtube.com/watch?v=P6glqQgYJSo
La evaluación permanente es perversa. Si computásemos todo el pu*o tiempo que le hemos dedicado a pasar “exámenes” en vez de a trabajar… Pero por ahora es el único sistema que hay y por lo tanto toca “fastidiarse”. Lo de premiar las lenguas vernáculas en ciencia es como tirar la toalla porque no podemos competir a nivel mundial. Los surcoreanos cuando salen de su país a vender se occidentalizan los nombres porque saben que no somos capaces de procesarlos. Ellos están focalizados en “vender” y “ganar”. Nosotros debemos de preguntarnos si queremos estar en la pelea o si por lo contrario lo que queremos es defender nuestro pequeña parcelita. La cultura latinoamericana ha optado claramente por la segunda opción. Como cultura hemos adoptado una estrategia “a la defensiva” y por eso el español es la segunda lengua de los EEUU y la primera en las cocinas de EEUU. Perdona lo directo de mis comentarios. Gran blog, enhorabuena!
Hola Esteban,
Lo que dices es cierto pero el problema no es solo que la evaluación sea permanente sino que no se hace correctamente y hay que ir cambiando este sistema por otro u otros mejores. En cuanto a la lengua, es cierto que la lingua franca es el inglés pero también es cierto que las cosas no son eternas: antes lo fue el francés, el alemán e incluso el español. No se debe tirar la toalla y hay que jugar con todas las barajas que sea necesario, para eso están. Quien pone las reglas no tiene porque ser siempre el mismo. Sin embargo, lo que se discute en estas entradas basadas en un artículo previo, es publicar ciencia de calidad y cómo evaluarla. La visibilidad de un trabajo no solo se consigue en inglés. De los miles de manuscritos que se publican anualmente en revistas científicas, alrededor de la mitad no los cita ni su propio autor en trabajos ulteriores (y el 80% de las citas se las lleva alrededor de un 20% de los trabajos publicados). Es decir, la mitad no venden nada, usando tu expresión. Entonces, ¿por qué premiar a un artículo escrito en inglés por mucho que esté publicado en la mejor revista científica del mundo si no lo cita nadie? y ¿por que despreciar otro que esté muy citado por otros científicos -luego ha “vendido”- por el hecho de estar en español o en una revista de menor calidad? Lo que expreso en el artículo es que debería premiarse de alguna manera a los autores que publican ciencia excelente aunque sea en revistas nacionales y en español. Si no, ¿por que invertimos en revsitas nacionales? Las revistas científicas generan beneficios. Incluso las de nuestro país. El problema es que muchos de esos beneficios no son mayores porque aun a aquellas que están bien situadas en los rankings internacionales, se las desprecia por parte de los evaluadores nacionales que son muchos de ellos más papistas que el papa. Te lo digo como evaluador, como científico y como director de revista científica.
Este tema me gusta y te agradezco tus comentarios. Tus opiniones me parecen buenas pero por incordiar lo que hagan los coreanos puede estar bien, regular o mal, como lo que hacemos los vascos, catalanes, castellanos o andaluces, depende del tema. Aquí para vender herramientas en el extranjero se usa el inglés pero eso no debe implicar que las instrucciones no deban estar también en euskera o en español. ¿No crees?
Tenemos que seguir debatiendo, es la manera de que afloren nuevas alternativas y se asienten aquellas que resistan mejor los embates. Muchas gracias
Un abrazo
Guillermo