Patrick Nogueira acudió la tarde del 17 de agosto de 2016 a la vivienda en la que residían sus familiares en la localidad alcarreña de Pioz. Allí, utilizando un cuchillo que había comprado un par días antes, asesinó a sus tíos y a sus dos hijos pequeños. Antes de abandonar la casa, desmembró los cuerpos de los adultos y metió todos los cadáveres en bolsas. En la sentencia dictada en el juicio de este crimen quedó acreditado que Nogueira padece “daño neuronal del lóbulo temporal”. Efectivamente, según el informe de uno de los peritos experto en medicina nuclear, el PET-TAC (una técnica de neuroimagen) que se realizó a Nogueira dos años después del suceso, reveló que el lóbulo temporal derecho del cerebro estaba afectado y “no funciona como debería”. En dicho informe se sostiene que, “si su cerebro hubiese sido normal, no hubieran pasado estos hechos”.
A mi juicio, creo que la cuestión esencial no es esta, ya que individuos con un cerebro “normal” han cometido crímenes de semejante naturaleza. La pregunta clave, a efectos de responsabilidad penal, sería si, incluso admitiendo que este individuo tiene un cerebro que no es normal, hubiera sido capaz de tomar una decisión diferente a la de perpetrar el crimen. En este sentido, las dos psicólogas del Instituto de Medicina Legal de Guadalajara encargadas por el juzgado de valorar su mente, determinaron que era un psicópata altamente peligroso, con grandes probabilidades de reincidir y que distingue el bien del mal. Este dictamen estaba alineado con el meridiano informe del psicólogo Vicente Garrido que sostenía que la conducta criminal de Nogueira fue “claramente elegida, con plena voluntad y un deseo manifiesto de realizar los homicidios”.
El que sin duda no tuvo elección fue Antonio Solaverrieta que, en la madrugada del 19 de febrero de 2010, tras fugarse del psiquiátrico en el que estaba internado, se presentó en el domicilio de su madre a la que torturó con una espeluznante e indescriptible crueldad. Para ello, utilizó diversos utensilios, como una navaja, destornilladores, un formón, alicates, un punzón, e incluso una cuchara con la que le sacó los ojos, según consta en los hechos probados de la sentencia. Tras una inhumana agonía, la mujer falleció “por destrucción de centros vitales encefálicos”. Este individuo, tras su detención, fue incapaz de realizar un relato coherente de lo sucedido, aunque es posible establecer una conexión entre la temática del cuadro delirante que manifestaba, centrado en matar a un “monstruo con forma de mujer”, y los hechos juzgados. Sea como fuere se le declaró inimputable en virtud de la esquizofrenia paranoide con la que fue diagnosticado.
Resulta evidente que, en la última década, los avances tecnológicos dedicados a capturar en imágenes el funcionamiento del cerebro han experimentado una notable evolución. Todo apunta, en fin, a que los logros en este ámbito van a ser progresivos e imparables, lo que ya está situando a la Neuropsicología forense en la controvertida tesitura de sugerir el grado de responsabilidad de un criminal en virtud de un posible determinismo biológico o, dicho de otra forma, en virtud de los fundamentos neuroquímicos que pudieran explicar su elección.
Una posición ciertamente extrema puede estar representada por Dawkins (2006)[1] quien afirma que “una visión verdaderamente científica y mecanicista del sistema nervioso hace que no tenga sentido la idea misma de responsabilidad” apoyando así la idea de que la capacidad y la libertad de decisión son solo una ilusión. Desde esta perspectiva, es evidente que no habría juicio en el que el concurso de las neurociencias no fuera totalmente determinante.
Por otra parte, desde una propuesta más posibilista, parece razonable defender que lo que el psicólogo forense ha de evaluar en un imputado es la motivación y su posible intención de querer transgredir la ley, si éste conoce que los hechos juzgados colisionan con las normas y la convivencia, para así, finalmente, contribuir al esclarecimiento de los hechos.
Desde mi punto de vista, con la quizás ingenua intención de resolver el dilema sin la profundidad que requeriría,[2] sostengo que incluso asumiendo un absoluto determinismo biológico, éste no debería interferir en la conciencia sobre lo que es apropiado y lo que no, lo que es considerado socialmente aceptable y lo que no. En definitiva, la atribución de responsabilidad penal se basaría en dos elementos básicos: por un lado, en la experiencia subjetiva de poder elegir voluntariamente entre cruzar la línea roja, o decidir no hacerlo. Y, por otra, compartir el mismo principio de realidad que se ha consensuado en un determinado contexto social e histórico, ya que, atendiendo al último caso que nos ocupa, un monstruo con forma de mujer, quedaría fuera de dicho principio de realidad.
En otras palabras, una cosa es apelar a que una determinada anomalía cerebral en un individuo, – a causa de un incorrecto funcionamiento neuroquímico, por algún tipo de lesión cerebral traumática, o por un tumor que pudiera comprometer su voluntad, – le imposibilite actuar acorde a las normas, y otra bien distinta es eludir la acción penal porque la conducta objeto de reproche no la perpetró el delincuente, sino su cerebro, por muy peculiar que resulte su lóbulo temporal.
Para saber más: San Juan, C. & Vozmediano, L. (2018). Psicología Criminal. Madrid: Síntesis
Gracias por el artículo, muy interesante como estudiante de derecho la criminología para inadvertida, pero gracias a este artículo se reflexiona hacia una política pública de salud mental de criminales.
Gracias a ti Yehini por el comentario y por su interés. Un saludo
Un artículo muy interesante; aunque yo no entiendo bien la diferencia usual entre el cerebro y el individuo. El cerebro es el puesto de mando del individuo, no un elemento auxiliar como el riñón. Si está averiado, hay que retirarlo de la circulación, al menos hasta que se pueda reparar. Pienso, que el orden jurídico está para proteger y el sistema sanitario para reparar las averías cerebrales que tengamos; no conviene que se interfieran.
Gracias por el comentario Julio. Es muy pertinente tu matiz. De hecho, con la idea de titularlo “Yo no lo asesiné, fue mi cerebro” queria poner la atención en lo inadecuado de concebir al cerebro y al individuo (y sus decisiones) por separado. En cierto modo, como sugieres, sería absurdo escudarse en el particular funcionamiento del cerebro para justificar las decisiones que se adoptan.
Apreciados colegas
El problema de esta formulación es que el cerebro, sin el cuerpo, no puede hacer nada. Solamente es un órgano -por supuesto que importante – de procesamiento de información: recibe (busca), procesa y promueve (decide) que respuesta dará, con que estructuras corporales y elementos del cuerpo llevará a cabo la respuesta programada y planificada… Para los psicólogos es un problema reducir el individuo al cerebro…
Saludos, Antonio
Totalmente de acuerdo. Sería demasiado reduccionista. Sin embargo, ya solo con lo que le podemos atribuir a este órgano “de serie”, es decir, procesar, decidir, planificar, responder…ya lo convierte en un elemento sustantivamente estratégico de la ecuación para entender la naturaleza humana.
Interesante articulo, pero a pesar de no tener un cerebro “normal” eligió asesinar a su familia. No asesino a cualquier persona que se le atravesara en el camino. Lo pensó y se preparó, porque el cuchillo lo compró un dia antes al igual que las bolsas en las que colocó a sus victímas, segun refieren en el pequeño articulo. Cual sería el movil que lo impulsó? porque lo hizo con conocimiento.
Muy buena reflexión Gaby. La verdad es que son preguntas que me resultan muy difíciles de responder. En asesinos con este perfil cuando se les pregunta por la motivación suelen responder que querían saber “que se siente al matar”. La elección de miembros de su propia familia puede estar relacionada con esta motivación si asumimos que este individuo, quizás, al acabar con la vida de un desconocido no sienta absolutamente nada.
Excelente articulo; de mucha ayuda academica para edte estudiante de psicología forense.
Gracias Juan Carlos. En este ámbito de la Psicología Forense, todos somos estudiantes. Un saludo
Quedo totalmente de acuerdo con lo que alude el último fragmento del texto, pues aún en esa condición tiene la libertad de conducirse, y así actúe de manera inmoral sigue siendo culpable independientemente del daño cerebral. Siento que una parte de ellos queda intacta con la cual les permite hacer las cosas, pero ya sin conciencia, no sienten nada.
Gracias Priscila por tu apreciación. En realidad, y para ser honestos, creo que en este campo todavía tenemos más incognitas que certezas. Y probablemente siga siendo así durante mucho tiempo. La relación entre mente, cerebro y libertad de elección parace que, de momento, solo podemos encuadrarla en un diálogo entre las posibilidades tecnológicas que nos ofrezcan las neuroimágenes, la psicología y, por decirlo así, la filosofía. De alguna forma estamos debatiendo sobre la propia esencia del ser humano.
Es una gran problema el que se abarca a la hora de debatir sobre el comportamiento del humano pues siempre va a ser relativo. En este caso pienso que la imputabilidad del sujeto activo se va adecuando mas en sus antecedente pues si es una enfermedad generativa se tiene argumentos para que el procesado no sea sentenciado a una condena intramural y se ayude en su proceso en un psiquiátrico, el cual es mas llevadero. Esto ultimo se afianza mucho en la actualidad colombiana, tenemos las penitenciarias abastecidas literal no cabe un recluso mas por este tipo de actos los cuales algunos deben ser tratados como se menciono en un psiquiátrico y también se abarca mucho el tema de la legalización o consumo de sustancias, que bien, no abarca el caso pero es un tema psicológico que también vale la pena examinar pues el consumo no es generador de un daño colectivo sino particular y se su condena es casi igual que la de un homicidio con condenas intramurales, cuando este tipo de “delitos” no son competentes para tratarlos en una penitenciaria, excelente tema.
veo no solo inactividad en el lobulo temporal sino que afecta directamente a la amigdala izquierda asi como al hipocampo y la zona cingulada anterior. Zonas que muestran actividad para el reconocimiento facial con conexion a la memoria de la empatia familiar, una conexion disfuncional en esas areas se desarrollan sindromes como de capgras, el creer que tus familiares son impostores, o el sindrome de cotard, el pensar que se esta muerto en vida. en el muchacho no solo la memoria empatica familiar tiene poca conexion, sino que parece no haber mucha actividad en la amigdala e hipocampo correspondiente, lo que determina baja respuesta al miedo, al remordimiento y panico.
la existencia se percibe como en el horror de tener un cuerpo en cuanto nos damos cuenta que nuestro libre albeldrio podría ser mera ilusión.