El caso del presunto violador en serie de Beasain que se está juzgando en estos momentos nos vuelve a situar frente a una de las más oscuras y abominables conductas depredadoras que un ser humano es capaz de perpetrar.
Desde el ámbito de la psicología criminal se viene desarrollando desde hace décadas un notable esfuerzo por desentrañar las motivaciones de los agresores sexuales con el fin de establecer perfiles que contribuyan a mejorar la eficacia de las investigaciones policiales en este tipo de casos.
Lo cierto es que, en contra de lo que se pudiera pensar asistidos por la intuición, el deseo sexual no es la principal pulsión que le lleva a un individuo a cometer una violación. Humillar a la víctima, descargar la ira, ejercer violencia física o regodearse en el poder de someterla a voluntad conforman las atroces motivaciones de un importante porcentaje de agresores sexuales. Es esta la razón por la cual soluciones como la castración química son alternativas de tratamiento absolutamente ineficaces en este tipo de sujetos.
Asistimos ahora al juicio contra un presunto violador y cabe preguntarse si los agresores seriales comparten un perfil diferente a los agresores de una única víctima. La evidencia empírica sugiere que se diferencian en tres aspectos: la planificación criminal, la violencia empleada y la relación con la víctima. En este sentido, los agresores seriales darían muestras de un mayor nivel de planificación a la hora de concebir su modus operandi y optan por neutralizar a la víctima amordazándola o, como el caso que nos ocupa, adormeciéndolas con cloroformo, usando, por lo general, una menor violencia física que los agresores de una única víctima. Finalmente, también parece más probable que elijan víctimas desconocidas al contrario que los casos de agresores de una única víctima que, en un número importante de ocasiones, les vincula algún tipo de relación previa. En el caso del violador confeso de Beasain, este fue precisamente su error, elegir a una víctima relacionada con su círculo social, lo que le iba a situar necesariamente en el grupo de investigados.
La posibilidad de determinar en una fase temprana de la investigación policial si una violación ha sido cometida por un violador en serie podría otorgar alguna ventaja para agilizar su captura e impedir que actúe de nuevo. Lo cierto, sin embargo, es que todavía serían necesarios más estudios criminológicos para obtener conclusiones más fiables.
En este sentido son particularmente interesantes en las agresiones seriales el diseño de un perfil geográfico haciendo uso de un Sistema de Información Geográfica que nos ayude a priorizar líneas de investigación una vez que hemos identificado las coordenadas de varias agresiones sexuales que, en virtud de un modus operandi y apparendi similar, sospechamos que son obra del mismo autor. El perfil geográfico se ha utilizado en la investigación de cientos de casos seriales con diversos tipos de software que generan en un mapa una superficie de riesgo que indica dónde es más probable que el autor tenga su residencia.
De lo que no cabe duda es que el delito de violación es, comparativamente, uno de los que menos se denuncia. Y si la mujer ha sido drogada durante la agresión sexual, este miedo a cursar una denuncia es aún mayor. Una de las razones para esta decisión se debe a que la víctima considera que, al no disponer de un relato de los hechos, su acción no va a servir de nada. Esta realidad sugiere que no sería descabellado suponer que existan mujeres violadas por este presunto depredador sexual que no han reunido las fuerzas necesarias para denunciarlo. Si es el caso, sirva esta tribuna para animarles a dar ese paso.
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