Dr. César San Juan. Prof. de Psicología Criminal de la UPV/EHU
El incidente
El pasado 13 de octubre, un estudiante de 21 años irrumpió en el campus de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) en Leioa disparando una escopeta sembrando el pánico entre estudiantes, profesores y personal administrativo universitario. Pese a la intensidad del tiroteo, nadie salió herido y sólo se registraron daños materiales en cristaleras y fachadas.
El arma en cuestión la había adquirido previamente por Internet, antes de proceder a legalizarla en un cuartel de la Guardia Civil de Bilbao.
Este incidente ha hecho saliente, una vez más, el debate sobre la accesibilidad a las armas como factor de riesgo de la incidencia de homicidios, en general, o de las asesinatos múltiples que han tenido lugar en centros educativos norteamericanos, en particular.
También se ha hecho referencia al buen expediente del asaltante para subrayar lo incomprensible del suceso, como si tener un mal expediente explicara mejor las razones para liarse a tiros en una Universidad.
Lo cierto es que explicar sucesos que son complejos desde un punto de vista psicológico con una única variable, como puede ser la accesibilidad a las armas o el fracaso escolar, es una idea muy poco recomendable en ciencias criminológicas.
Accesos a armas y masacres
Para ilustrar esta sugerencia, podemos pensar en el caso de Islandia que, con cerca de 300.000 habitantes, es uno de los países con menor tasa de criminalidad del mundo. Podríamos atribuir su prácticamente nula tasa de homicidios a la ausencia de armas, pero no es el caso. Islandia ocupa el décimo lugar, junto con Austria y Alemania, en el ranking de posesión legal de armas per cápita según se detalla en el informe Smalls Armey Survey (2017). Un arma cada tres personas, aproximadamente, lo que puede significar, en la práctica, un arma en cada hogar. Que las usen para la caza puede suscitar otro debate entre partidarios de esta actividad y los que la consideramos totalmente inaceptable. Pero sería, efectivamente, otro debate.
Ese ranking está encabezado, como es previsible, por los Estados Unidos con 89 armas por cada 100 habitantes lo que implica, no ya un arma en cada hogar, sino casi un arma, de media, para cada miembro de la familia. En el contexto europeo, también puede resultar llamativo el caso de Alemania, que con la misma ratio de posesión de armas que Islandia, tiene una tasa similar de homicidios que España, es decir, una de las más bajas de Europa.
En síntesis, la conclusión de este careo entre Europa y EE.UU. es que la accesibilidad a las armas entre la población no es suficiente, ni mucho menos decisiva, para explicar su uso contra miembros de nuestra propia especie. Aunque, lógicamente, no es una variable que debamos despreciar.
¿Era un asesino múltiple?
Llegados a este punto, cabría preguntarse si nos encontramos ante un asesino múltiple en el caso que nos ocupa. Para Vicente Garrido, en su interesantísimo libro “Asesinos múltiples y otros depredadores sociales”, existen, genéricamente, varios tipos de este perfil criminal:
- Los que matan por frustración ira y venganza.
- Los que matan porque han desarrollado una grave enfermedad mental, generalmente asociada a un discurso paranoide.
- Los familicidas.
- Los que matan siguiendo fines delictivos para no dejar testigos o escapar de la policía.
- Los terroristas que cometen masacres entre la población para diseminar su terror.
Parece razonable pensar que la frustración, la ira y la venganza eran las principales motivaciones del joven universitario que apareció en el campus de Leioa escopeta en ristre. Pero eso no implica que nos encontremos ante un asesino múltiple. De hecho, todo parece indicar que nunca tuvo intención homicida a pesar de descerrajar decenas de cartuchos de perdigones.
La narrativa periodística
En los medios de comunicación, como ya hemos adelantado, se ha insistido en lo “inexplicable” del suceso, pero es obvio que existe una explicación. Diferentes grados de presión social, ambiental, académica, la saturación producida por una acumulación de problemas y ciertos déficits en los recursos para gestionar adecuadamente todas estas demandas del entorno pueden tener como consecuencia reacciones imprevisibles, pero no inexplicables. Y, siguiendo con los titulares de prensa, parece ciertamente inapropiado el calificativo de “lobo solitario del campus de Leioa” cuando es evidente que este caso no tiene nada que ver con los terroristas yihadistas acreedores de dicha etiqueta.
El relato mediático, en fin, parece empeñado en situarnos ante un potencial asesino múltiple frustrado en lo que podría ser el primer caso de una previsible sucesión de masacres en centros educativos españoles “como sucede en EE.UU.”
La separación de residuos informativos de un relato que siquiera se aproxime a la realidad, está resultando una tarea cada vez más exigente.
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