César San Juan. Profesor de Psicología Criminal (UPV/EHU)
‘Un asesino en serie deja de matar cuando se le detiene’, es la respuesta más obvia. Efectivamente, si tuviéramos constancia de que un asesino en serie anda suelto, sin duda la opción más tranquilizadora, en relación a la pregunta inicial, sería que dejara de matar porque la policía lo ha detenido y lo ha puesto a disposición judicial con un arsenal de evidencias que lo incriminan.
Lamentablemente, esto no siempre es así y nos encontramos con investigaciones policiales que, por diferentes razones, son infructuosas. En estos casos, solo quedan dos opciones posibles: a) que el asesino siga actuando implacablemente, o b) que, contra todo pronóstico, desista de seguir matando.
Aunque finalmente fue detenido, un caso célebre fue el de Mad Bomber, que mantuvo aterrorizada a la ciudad de Nueva York con los explosivos que fue colocando en diversos lugares públicos de la ciudad pero que tuvo un periodo de inactividad durante los años en los que EE.UU. participó en la Segunda Guerra Mundial. En las razones que él mismo explicó para esta tregua apelaba a sus “sentimientos patrióticos”.
Sea como fuere, ahora no nos estamos refiriendo a un periodo de inactividad de casos de asesinatos seriales esclarecidos. Lo que nos ocupa en estas líneas son casos pretéritos que nunca fueron resueltos, lo que implica que sus perpetradores quizás se encuentren en estos momentos conviviendo entre nosotros.
Manuel Ubeda en su obra “El asesino de los barrancos” documenta el caso real de un asesino en serie que, entre agosto de 1989 y abril de 1996, acabó de forma execrable con la vida de una decena de prostitutas cuyos cuerpos fueron hallados desnudos en barrancos, zonas escarpadas o arcenes de carreteras en la provincia de Almería. Todas las víctimas tenían una serie de características en común: eran jóvenes, morenas, con el pelo largo, y ejercían la prostitución en distintos barrios de la capital almeriense. La policía puso en marcha la Operación Indalo, que acabó sin ningún resultado que llevara a la detención de un asesino que, en todo caso, se desvaneció para siempre sin dejar ningún rastro.
No es, ni mucho menos, el primer asesino en serie de trabajadoras del sexo. West Mesa, el Coleccionista de Huesos; Gary Ridgway, el asesino de Green River, o Peter Sutcliffe, más conocido como el Destripador de York, compartían esta criminal obsesión.
Recientemente, la película de Liz Garbus titulada “Lost girls” nos recuerda los asesinatos no resueltos de Suffolk, en la costa de Long Island (Nueva York). En esa zona, la Policía halló diez cadáveres en diferentes momentos de búsqueda entre diciembre de 2010 y abril de 2011, por lo que todo parece indicar que este macabro rastro de muerte era obra de un asesino serial, aunque también hay analistas que sugieren la participación de un segundo asesino.
Quizás algún día se descubra quien mató a todas estas personas. A veces ocurre: El pasado abril de 2018, 42 años después de su primer crimen, fue detenido en Sacramento (California) el apodado Golden State Killer, considerado uno de los mayores asesinos y violadores de la historia de los Estados Unidos. Entraba de noche en las casas de sus víctimas a través de una ventana abierta o una puerta trasera. Una vez en el dormitorio las despertaba con una linterna sobre la cara, y tras amenazarlas con un cuchillo, las violaba. En total, 45 violaciones y 12 asesinatos entre 1976 y 1986. Después, y a pesar de esa aparente sed insaciable de sangre y violencia, dejó de actuar. Lo llamativo de este individuo, como el caso de Long Island, Almería y otros de similar naturaleza es, ¿Por qué dejaron de matar?
En el ámbito de la Psicología Criminal, suelen barajarse, entre otras, dos razones para este desistimiento de los casos no resueltos de asesinos seriales. La primera, que el asesino haya encontrado una vía más adaptativa para canalizar sus emociones y su pulsión criminal. Un modus apparendi, en fin, no criminal. La otra razón aludida, y compatible con la primera, tiene que ver con la edad. Efectivamente, una vez cumplidos los 40 años los niveles de testosterona descienden y la motivación para agredir sexualmente y actuar violentamente, se debilita. Cuando se dan estas circunstancias, y la investigación policial acaba entrando en vía muerta, deja a los familiares de las víctimas en un duelo indefinido difícilmente soportable agravado por el hecho de que probablemente, jamás se haga justicia.
Habría una tercera posibilidad para explicar el desistimiento en el asesino serial, no muy frecuente desde luego en personalidades psicopáticas, y es el carácter egodistónico de la conducta desviada en contraposición al carácter egosintónico. Se denomina comportamiento egosintónico aquel que no genera malestar psicológico. En este sentido, la psicopatía, o algunos casos de pedofilia, son trastornos egosintónicos ya que, quien los padece siempre encuentra una perfecta justificación de sus perversiones o, directamente, está encantado con ellas. Por el contrario, se considera una respuesta egodistónica cuando los propios pensamientos o conductas entran en conflicto con la autoimagen personal a la que se aspira. Quizás, en algún momento de su periplo depredador, a estos asesinos seriales les resultó insoportable su propia deriva criminal. Solo ellos lo saben.
Para saber más: San Juan, C. & Vozmediano, L. (2018). Psicología Criminal. Madrid: Editorial Síntesis.
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