Dr. César San Juan. Prof. Psicología Criminal. UPV/EHU.
En la madrugada del pasado 13 de julio, una joven denunció ante la Ertzaintza haber sido víctima de una agresión sexual en Beasain cuando se dirigía a su centro de trabajo. Esta violación solo pudo haberse cometido conociendo algunos aspectos muy específicos de las rutinas de la víctima, lo que reveló que el agresor pertenecía al círculo social o laboral, más o menos amplio, de la mujer.
Considerando que la Ertzaintza relaciona a este violador en serie con otras cinco agresiones sexuales sin resolver, cometidas en las localidades guipuzcoanas de Beasain, Lasarte, Andoain, Anoeta y Tolosa desde el año 2012,- es decir, en el tramo de unos 30 kilómetros a lo largo de la N-1,- podemos concluir que el agresor ha podido ser capturado como consecuencia de un error muy relevante en su modus operandi: elegir una víctima que, en el curso de una investigación policial, iba a situarle necesariamente en el círculo de sospechosos. En los casos anteriores, cuyas pesquisas estaban en vía muerta, la elección de las víctimas, a pesar de haber estado sometidas a seguimiento previo, fueron probablemente elegidas al azar. Afortunadamente, esta sensación de impunidad derivada del carácter infructuoso de las investigaciones previas, le llevó al depredador sexual a cometer el citado y decisivo error.
Según ha precisado la Ertzaintza, actuaba durante la madrugada de los fines de semana o festividades, abordando a sus víctimas y doblegando su voluntad mediante el uso de un spray o con pañuelos impregnados en cloroformo para llevar a cabo la agresión. Esto tenía como consecuencia que, en ocasiones, ni la propia víctima fuera plenamente consciente de lo que había ocurrido, precisamente por haber perdido la consciencia.
De este modus operandi podemos plantear algunas hipótesis. El delito de violación es, comparativamente, uno de los que menos se denuncia. Y si la mujer ha sido drogada tras la agresión sexual, este desistimiento en cursar una denuncia aumenta aún más. La razón de esto es, entre otras posibles, porque la víctima considera que, al no disponer de un relato de los hechos, no va a servir de ninguna ayuda a los investigadores. ¿Qué podemos deducir, por tanto?: que el número de mujeres violadas por este depredador sexual no sea únicamente el que le atribuye la Ertzaintza ahora, sino aún más elevado.
Una última consideración tiene que ver con las motivaciones de un depredador sexual. O lo que denominamos, modus apparendi. Normalmente, estas motivaciones pivotan sobre tres elementos: el deseo sexual, humillar y denigrar a la víctima y el uso de la violencia física, incluso con un fin exclusivamente sádico. Los diferentes perfiles de violadores generalmente tienen que ver con la intensidad de la presencia de estos tres elementos. Para considerarlo un sádico, la víctima tiene que estar consciente, porque lo verdaderamente excitante para el violador es infligirle daño físico. Parece que no es este el caso que nos ocupa, como tampoco la humillación de la víctima, más frecuente en violaciones en grupo, por la misma razón que el sadismo: la víctima tiene que estar consciente. Nos encontramos entonces ante un violador cuya principal motivación es netamente sexual con una víctima a su merced. No obstante, no se trata de impulsos sexuales que debe satisfacer de inmediato en un contexto de ocio, si tenemos en cuenta la planificación que requerían los casos y el hecho de que sus “cacerías” implicaban desplazarse fuera de su localidad de residencia. En definitiva, un depredador sexual frío y calculador, con una apariencia normalizada, – de esos cuyo entorno estará manifestando estupor al conocer su psicopático periplo-, que probablemente actuó en más ocasiones que las atribuidas en este momento y que, sin duda, hubiera seguido actuando en el futuro.
Para saber más: San Juan, C. & Vozmediano, L. (2018). Psicología Criminal. Madrid. Editorial Síntesis.
Deje una respuesta