Transcurrido más de un año desde el inicio de la 33 edición del Máster de Marketing y Dirección Comercial, los pequeños subgrupos que formamos al principio de entre los 25 compañeros matriculados han desaparecido; ya estamos mezclados y más unidos que nunca. ¿Cómo ha sucedido esto? Muy fácil, gracias a alguna comida, a más de una cena y a la ya habitual cita para prolongar la noche de los viernes y tomarnos algo cuando terminan las clases. Lo cierto es que pasamos muchas horas juntos las tardes de los viernes y las mañanas de los sábados, tiempo que disfrutamos aprendiendo sobre técnicas de marketing, ventas, big data, packaging e incluso ¡metaverso! Un sinfín de materias que nos han dejado con los ojos abiertos en más de una ocasión, pero que, sobre todo, han favorecido conversación para ir tejiendo una amistad que esperamos dure siempre.
Las aulas son un punto de encuentro, pero somos grupo compacto gracias a todo aquello que estamos viviendo por propia voluntad, porque queremos y surge de manera natural. Y así fue, por ejemplo, cómo Uxue, nuestra compañera que proviene de un precioso pueblo enclavado en Navarra, nos propuso embarcar rumbo a una aventura literal. Uxue personifica la generosidad en el amplio espectro de la palabra; ha trabajado en Irrisarriland por temporadas y aún lo hacen familiares y amigos suyos, vinculados a un lugar con paisajes de postal y multitud de actividades para elegir. Por eso, nos apuntamos ilusionados a un plan que prometía diversión, pero sobre todo la posibilidad de tejer aún más tupida la red que nos enlazaba a unos con otros.
Llegado el día y tras visitar Orbea de la mano de Óscar Pérez y Alzola con Patxi Casal, anfitriones de lujo que nos adentraron en los entresijos de empresas vascas con historias de éxito y mucho trabajo detrás, llegamos a Irrisarriland para iniciar una experiencia inolvidable en la que no hubo un minuto sin risas de fondo ni anécdotas que atesorar. Podría enumerar varias, pero elegiré las que recuerdo con más nitidez y sonrío cuando la memoria me las devuelve: la visita guiada a bordo de un tren chu-chu por todo el complejo con acceso al Museo del Carbón y abrazo a los árboles incluidos. Cena al aire libre en el albergue con los pintxos que restaban de la comida (¡¡¡un salvavidas que nos vino de maravilla!!!) y, para caldear el ambiente, las historias de miedo, coincidencias y el dilema entre pasar la noche en las catacumbas del balneario visitado horas antes o en compañía de alguien sin asearse en décadas a cambio de un millón de euros… Fuimos después a las fiestas de San Miguel en Igantzi y bailamos hasta las tantas de la madrugada en la plaza del pueblo y en los dos bares abarrotados. También probamos suerte con una escopeta de feria y obtuvimos excelentes resultados: dos peluches con nombre propio que merecerían protagonizar otro capítulo aparte…
Ya de vuelta al albergue, entre brumas y risas, dormimos hasta que alguna conversación flotó entre sueños y un sol de justicia iluminaba la habitación para recordarnos que ya era hora de despertar e iniciar la ronda de actividades: arborismo fue la elegida entre la mayoría, pero también hubo tiempo para lanzar discos con mayor o menor puntería en un deporte denominado Disc Golf que, según nos contaron, atrae a visitantes desde todos los confines del mundo. El centro de interpretación del parque nos sirvió de refugio para el descanso a media mañana y finalizamos la experiencia sentados a la mesa con el mejor sabor de boca; el de la amistad tejida a fuego lento y sin prisa: Team building en plena naturaleza.
Por parte del Enpresa Institutua agradecemos este texto a Verónica Portell, periodista y alumna de la 33 promoción del Máster de Marketing y Dirección Comercial que imparte la UPV – EHU.
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