Vivimos en medio de un océano cósmico. Todas y cada una de las estrellas que podemos ver en el cielo nocturno pertenece a nuestra galaxia. Rodeados como estamos, sin embargo, podemos también alzar la vista y mirar más allá para perdernos en la inmensidad del vacío que nos separa de las otras galaxias.
Cuando en los meses de verano miramos en la dirección de la constelación de Sagitario estamos mirando precisamente hacia las aguas más profundas, el corazón de la Vía Láctea. Mirar en la dirección de Perseo (cosa que podemos hacer desde nuestras latitudes prácticamente en cualquier momento) supone, al contrario, mirar hacia la orilla: la zona exterior de la galaxia.
¿Qué debemos hacer entonces para ver aún más lejos? Perpendicularmente a esa línea imaginaria que une la parte interior y exterior de la Vía Láctea nos asomamos al vacío extragaláctico. Por ejemplo, la zona de la Osa Mayor, Coma Berenices y otras constelaciones boreales nos permiten, mirando aún entre las aguas en las que estamos inmersos, vislumbrar qué hay más allá. Las lejanas galaxias, los confines del Universo.
La semana pasada, Antonio de Arcos y yo aprovechmos una de las pocas noches despejadas que nos está brindando la primavera. Una rara y hermosa ocasión de mirar dentro y fuera. Dos imágenes que muestran lo diferente que puede ser el Universo simplemente cambiando nuestro punto de vista.
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