Santiago Pérez Hoyos, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea y Jorge Hernández Bernal, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
“El espacio no es un lugar remoto. Está a una hora en coche, si puedes conducir hacia arriba”. Esta frase del siempre brillante y polémico astrofísico Fred Hoyle tiene muchas lecturas. Ante el reciente incidente espacial entre Rusia y Estados Unidos nos ofrece una nueva interpretación. Apenas cien kilómetros sobre nuestras cabezas se desarrolla la misma estrategia geopolítica que en la superficie del planeta, con los mismos defectos y los mismos peligros para la humanidad.
Comencemos por los hechos: Rusia realiza una prueba de un misil tierra-espacio, destruye un satélite inoperativo y genera una gran cantidad de fragmentos con diferentes trayectorias.
Estados Unidos denuncia que este evento ha puesto en peligro a los astronautas de la Estación Espacial Internacional y ha contribuido a aumentar la ya inquietante cantidad de basura espacial en órbitas bajas.
Rusia resta importancia al evento y apunta en cambio a la negativa estadounidense a suscribir un tratado contra la proliferación de armas espaciales.
Denunciemos en primer lugar y con claridad cualquier acción que ponga en riesgo vidas humanas y que contribuya a degradar aún más el entorno espacial. Pero, más allá de su pobreza argumental, es importante señalar que Rusia no carece de razón. Los Estados Unidos también han participado anteriormente en este tipo de pruebas balísticas y no han querido poner control a nuevos tipos de armas.
Esto, bajo la perversa lógica en la que vivimos inmersos, ha empujado a otros países a seguir los mismos pasos y repetir las mismas acciones que la potencia americana. Parece bastante obvio que en este caso, así como en los relativos a las armas nucleares, los Estados Unidos carecen, no ya de capacidad coercitiva para controlar a sus oponentes, sino de autoridad moral para reclamar responsabilidades.
¿Quién lleva la razón en este conflicto? Todas las partes tienen una porción de ella y ninguna la tiene por completo. Sorprende por ello la sobrerreacción mediática comparada con otros eventos que han puesto en riesgo a los astronautas o con decisiones políticas y militares de Estados Unidos con respecto al espacio que han sido aceptadas sin más por la opinión pública.
Añadamos a las ya citadas pruebas militares, por ejemplo, la proliferación de satélites de telecomunicaciones de empresas privadas o los planes de explotación de recursos espaciales que, aunque parezcan lejanos en el tiempo, adquieren mayor importancia ante la evidente escasez de recursos en nuestro planeta para mantener de forma indefinida el crecimiento económico.
La administración Obama otorgó una auténtica patente de corso a las grandes corporaciones estadounidenses para la explotación de unos recursos que, aunque los tratados internacionales son ambiguos al respecto, deberían ser aprovechados por toda la humanidad.
Una exploración espacial alejada del colonialismo
Somos muchos los que queremos una exploración civil y pacífica del espacio. También los que pensamos que, si en algún momento decidimos explotar los recursos que nos ofrece, no pueden ser propiedad del primero que llegue a ellos. La carrera tecnológica que nos lleva al espacio no se desarrolla en igualdad de condiciones para todos los países: la larga historia mundial de colonialismo y guerras deja a buena parte de la humanidad fuera del reparto de beneficios de una forma que muchos consideramos injusta.
En todo caso, sería positivo que estas decisiones se discutieran abiertamente en la esfera pública, con la participación de diferentes puntos de vista e intereses en un debate que nos permita tomar decisiones sensatas y sostenibles.
El espacio no es un lugar remoto. Apenas a una hora en coche, o incluso a cuatro días de viaje espacial, estamos proyectando muy eficientemente los mismos problemas que oscurecen nuestro futuro en la Tierra. La misma incapacidad de establecer acuerdos entre potencias que hemos visto en la reciente cumbre del clima, la misma preponderancia de intereses económicos explotados por unos pocos, como en el conflicto sobre el Ártico. Es hora de terminar esta película de vaqueros y comenzar a escribir el futuro guión de la humanidad. No está tan lejos.
Santiago Pérez Hoyos, Associate professor, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea y Jorge Hernández Bernal, Investigador en el Grupo de Ciencias Planetarias de la UPV/EHU, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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