Dice el libro que algo pasó no ha mucho tiempo con un cierto hidalgo, en un lugar de la Mancha, pero en esta que aquí se cuanta debería decir que las aventuras sucedieron en aquello que antes eran los dominions imperiales de Flandes, heredados por Felipe segundo de su abuel Felipe el hermoso, que gobernaba estosNombre: Asier
Apellidos: Berra
Universidad de Erasmus: Universidad de Groningen, Holanda
Página web del departamento o Universidad: http://www.rug.nlMotivaciones
Groningen es la ciudad a la que he ido a parar; se encuantra al Norte
del país, cercana a Leeuwarden, el otro pequeño nucleo del
Norte, pero lejana a todo el resto de "civilización" en que uno
pueda estar interesado. Aquí pastan caballos y vacas y ovejas, y
de la vecina Leeuwarden son las famosas vacas frisonas, pues la región
en la que esa ciudad se halla se vino a llamar Frisia. Es curioso que El
buscón pone de adjetivo frisona a una posadera con la
que se encuentra en algún lugar, por su generosa corpulencia, espero
que más en referencia a las vacas que a las mujeres de esa región.
Y debe ser que algún grupo de antepasados vascos nuestros de los
que vinieron en los Tercios se quedó por allí en forma de
colonia (que por cierto, decía un amigo que los vascos nos contábamos
entre los más salvajes de los soldados españoles), porque
parece que éestos también han venido a salir con serias consideraciones
de raíces milenarias y demás cosas respetabilísimas,
en base a
un dialecto diferenciado que al parecer tienen (el frisio), con la
diferencia de que estas tierras no fueron alumbradas con la fortuna de
poseer minas de hierro en los años dorados, y por tanto lo de la
Independencia es algo que casi nadie se plantea.
Aunque espero que el Norte de Holanda no sea sólo esto, obviamente, pues digamos por ejemplo que tiene una Universidad que dicen fue la segunda o tercera en ser fundada en este país, y que creo data del siglo XVI o XVII. Hoy guarda cierta reputación todavía en Derecho y demás enseñanzas clásicas; el edificio central de la Universidad es precioso, uno de los más destacados de esta pequeña ciudad, lo cual por otra parte no es demasiado difícil, porque turísticamente es un lugar al que la guía Michelín da directamente cero estrellas. Pero sí que se nota un poco el legado de los años en algunos detalles: es una Universidad que parece tiene cierta fuerza, y en concreto en física cuenta con un pequeño acelerador de partículas (el KVI) donde trabaja bastante gente, pero al que no pudimos entrar de visita por haber aquel día demasiada radioactividad en el colisionador. Y por lo demás hay otros ciertos detalles de "vejez" en sentido positivo, como que uno puede encontrarse en las baldas de la Biblioteca Central Boletines Oficiales del Estado de hasta 1813, justo al final de Napoleón, o la revista Nature desde su primer número, o alguna otra revista científica que arranca desde años del siglo XIX. No me parece poco. Además, mantienen cierta actividad digamos intelectual, con diversos ciclos de charlas sobre todo tipo de temas, celebrados con gran acierto en el edificio central de la Universidad, que se encuentra en pleno centro (lo cual es uno de los grandes fallos de la UPV en Bilbao, sin duda, que está colgada en las montañas). Pero en ellas sale a relucir uno de los mayores problemas de los estudiantes que vamos de fuera, que es el idioma, claro, porque mucho de lo que ellos hacen es obviamente en holandés, y pocos de nosotros hemos tenido el detalle de intentar aprenderlo. Con lo cual nos perdemos una parte importante de los aspectos interesantes que ofrece esta pequeña ciudad, que no son tan pocas, por otra parte, si comparamos por ejemplo con pueblos del mismo tamaño más o menos como San Sebastián.
Lo del idioma es un problema sólo en términos relativos. Aquí existen lo que se llaman "International Student Houses", y vienen a ser una media docena, en las que casi sólo viven estudiantes extranjeros. Son residencias normales y corrientes, con todas las carencias que siempre se derivan de las pocas ganas que tienen los dueños de poner dinero en ellas, pero lo bueno es que convive gente de todos los rincones del planeta, excepto Holanda en principio: España, Francia, Bélgica, Alemania, Italia, Grecia, Rumania, Bulgaria, Polonia, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Rusia, Ucrania, Irak, China, Taiwan, Indonesia (ésta fue colonia holandesa, y de ahí que mantengan mucho contacto diplomático al parecer), Líbano, Kenya, Gana, Mexico, Colombia, Sudáfrica, Canadá, Gran Bretaña, Australia, y como siempre, USA, son algunos de los que recuerdo ahora. Así que lo que es en "casa", se chapurren un inglés internacional, con el que la gente acaba entendiéndose más o menos con personas de todo el mundo, excepto con los americanos, británicos y semejantes, que salvo que hagan el esfuerzo de vocalizar un poco claro, viene a ser más bien complicado entenderles. A eso se une que muchas de las carreras que se imparten aquí incluyan cursos en inglés, como ocurre en física, en la que todas las asignaturas que los planes de estudio califican de importantes se vienen a dar en inglés, o en otras carreras, como la llamada IBS (International Bussines Studies), que por su propia naturaleza se imparte también en inglés. Y por último, ocurre que con ese idioma se puede recorrer el país sin grandes complicaciones en la comunicación, porque todo joven lo chapurrea más o menos; y si no, uno siempre se las apaña para hacerse entender, pues son idiomas cercanos el dutch (holandés) y el inglés: hasta comprar fruta con las abuelitas del mercado no es mayor problema generalemente. Pero aquí entra un poco el tema del "respeto". La mayoría de los estudiantes que venimos para un solo año no llegamos a aprender apenas nada de holandés. Es muy cómodo en una tienda iniciar una conversación directamente en inglés, sabiendo que es casi seguro que vayan a ser capaces de entenderlo, pero no me acabo de acostumbrar a eso. Sea por lo que sea, yo al menos tiendo a decir un "Excuse me, I don't speak dutch; could you..." primero, al menos como gesto. No sé si servirá para algo eso, o si seguirán igualmente hartos de los extranjeros que no quieren aprender holandés porque creen que el inglés basta, pero es la única forma en que puedo hacer un amago de respeto hacia ellos. Y la verdad es que el no saber holandés es una lástima sobre todo al viajar un poco, porque siempre surgen situaciones en que se podría charlar un poco con la persona del asiento de al lado en el tren, u oír historietas sobre algún pueblo o iglesia o lo que fuera; es lo que en definitiva se llama conocer un poco de cerca el país y su gente, y su pasado. Y el idioma es una buena herramienta para eso. Pero me da la sensación de que los estudiantes que venimos por aquí de visita llegamos a conocer más bien poco el país. Aunque por otra parte también se agradece otras veces la distancia privilegiada que otorga ese desconocimiento del idioma, al no entender nada de lo que dicen las gentes, pues uno se encuentra viendo las escenas cotidianas que se dan en cualquier lugar, la gente comprando en el mercado, un niño llorando, jóvenes peleándose, borrachos gritando, el conductor cabreado con el policía,..., pero sin palabras, sólo mediante tonos o gestos, y uno se da cuenta de que entiende todo lo que está pasando, hasta el más mínimo detalle a veces, sin necesidad de explicaciones racionales. Hay una especie de lenguaje que va más allá de las lenguas concretas, de las nacionalidades de cada uno, y eso es algo que se percibe muy bien al salir de casa. Seguramente, viajar enseña obviedades ante todo.
La ciudad tiene unos ciento ochenta mil habitantes, lo cual es bastante en un país cuya ciudad principal (la no-capital Amsterdam) cuenta con algo más de setecientos mil, pero mirando un poco, ambas mantienen un cierto aire pueblerino difícil de obviar, sobre todo la pequeña. Viene a ser una ciudad de estudiantes, lo cual se nota en sus calles, bastante llenas de bares y de cofee-shops, y en el ambiente que surge algunas noches, pero por lo demás no destaca tanto por sus conciertos, teatros, exposiciones, monumentos, y demás cosas propias de una ciudad que se precie, e incluso puestos a pedir, tampoco anda muy sobrada de lo que llamamos encanto. Hay aquí un museo de "arte" moderno, de cierto renombre según dicen, pero del que después de pagar siete euros por entrar en él prefiero no hacer comentarios. Pero es verdad que en conjunto no es un lugar desagradable para vivir, pues es tranquilo, con aires de idílico por los campos y vacas pastando que tiene en las afueras, relajante para quien no busque sobresaltos. Los ciclistas, como en todo el país, se mueven sin miedo a los pocos coches que pasan por el centro. Incluso no les molesta la lluvia que pueda caer; simplemente la ignoran y siguen con su bici, o cogen un paraguas y continúan pedaleando con adquirida habilidad. Hablan por el móvil mientras van en bici; las parejas van dándose la mano; pueden llevar un palo de jockey en un brazo, como si fueran a embestir; las madres puedan llevar hasta tres niños colgados de distintas partes del artilugio; abuelos que casi no pueden caminar pegan el bastón a la bici y se echan a pedalear; jovencitas en faldas escandalosamente cortas usan ese medio, con el consiguiente espectáculo; hombres de etiqueta se desplazan en bicicleta; los amigos que carecen de ella son llevados atrás, sentados con ambas piernas a un lado, etcétera. Con semejante importancia en la vida social de estas gentes, es natural que hayan surgido celos y envidias entre vecinos, y como consecuencia que haya ido creciendo un mercado negro de bicicletas robadas, vendidas en la calle a la voz de fietskopen (algo así como "bicicleta en venta") por unos cinco o diez euros. Claro que comprar una de estas bicis tiene sus riesgos, pues la policía "persigue" este mercado tradicional de aquí, y multa tanto al comprador como al vendedor en caso de ser pillados in fraganti.
Y por lo demás, es una ciudad en la que con el tiempo lo que acaba convirtiéndose en lo verdaderamente más destacable dentro de la rutina del día a día es el mercado que ponen tres días por semana, con el ambiente que surge en torno a él. Los Martes, Viernes y Sábados, en una de las dos plazas principales de aquí (Vismarkt), se aglomeran un grupo de caravanas tiradas por todoterrenos, que una vez abiertas ofrecen frutas, verduras, carnes y pescados, haga calor o haga frío (el invierno ponían mantas y radiadores para que no se les congelara la verdura), haga lluvia o haga sol. Y estos días, los de sol, que por ser en invierno más bien crudo se agradecían luego como agua de Mayo, meterse por entre los tenderetes de plástico feo, oliendo las frutas y verduras y a veces a fritura de pescado, oyendo cantar a algunos fruteros los precios en dutch, sin entender pero da igual, viendo al gentío reunido allí sólo por estar allí..., es una de las mejores cosas a que uno puede dedicar las horas de buen tiempo que tenga la suerte de encontrar libres. Que por otra parte, este año que yo pasé aquí no fueron tan escasas como en otros, según decían. Fue un invierno frío pero por eso mismo a menudo más bien limpio, claro, en el que las superficies de los canales y los laguillos de los parques se helaron, con lo que los críos y los no tan críos pudieron patinar en algunos de ellos. Aunque también tuvimos ocasión de ver a un imprudente darse un baño de agua helada por meterse en el hielo cuando éste ya empezaba a estar demasiado delgado. El frío que comentaba arriba es algo que uno no se puede imaginar hasta que lo sufre en su propia carne con ropas insuficientes: decían que se acercaba a veinte bajo cero en las madrugadas, para subir un poco durante el día; andar de la Universidad a la residencia, unos diez minutos de paseo, era horrible; en bici no se podía ir sin unos muy buenos guantes; la piel acababa secándose, sobre todo en las manos; e incluso los rusos y finlandeses que había por aquí decían que era asqueroso ese frío que hacía, porque era ventoso y húmedo, no como los treinta o cuarenta bajo cero que suelen tener ellos, mucho más calmos. Así que el invierno fue una especie de aguantar continuo, del que uno no se daba mucha cuenta, hasta que en algún momento fuimos saliendo de él y se puedo hacer vida normal. Quizás por eso, Marzo fue precioso: templó, y salió un sol que empezaba a sentirse, y muchas cosas cambiaron: los ánimos, las gentes (para bien y para mal), el tiempo, el paisaje,... Marzo fue realmente precioso.
Fue por esa época, primavera, cuando la gente empezó a viajar seriamente. Estar todo un curso por estas tierras da una buena excusa para moverse un poco y visitar ciudades, y más aún cuando resulta fácil hacerlo, salvo problemas de dinero. Lo de la moneda común es una comodidad tremenda: todo es igual, salvo que más caro. Pero lo que realmente facilita el hacerlo es algo de lo que quizás los jóvenes no seamos demasiado conscientes, por no haberlo vivido de otra forma, pero que aquí se percibe más crudamente con estudiantes de fuera de Europa: son las fronteras. Los estudiantes chinos o rusos o de donde sea están sujetos a visados y permisos de residencia, que deben recoger en otras ciudades, o renovar cuando expiran, o solicitar cuando quieren desplazarse. Una chica china tuvo que dar media vuelta en el mismo aeropuerto de Schiphol (cerca de Amsterdam) cuando iba a pasar a Gran Bertaña, por no tener los papeles adecuados. Es un papeleo a nivel de embajada (que por tanto está seguramente en La Haya, o Den Haag en holandés, la capital del país), que nosotros no conocemos apenas, porque la aventura europea en la que estamos metidos ahora nos lo ha ido quitando de encima. Lo cual es un lujo, que no está mal apreciar, y sobre todo ser conscientes de que las cosas no son así porque sí, ni mucho menos, y que cuando gente como Le Pen dicen que se quiere salirse del proyecto europeo es algo que vendría a tener implicaciones enormes en aspectos quizás olvidados. Las fronteras son un invento de después de la Primera Guerra Mundial; antes de ésta, la gente podía sencillamente coger un tren en París y plantarse un día más tarde en Berlín, sin necesidad de papeles que se lo permitieran o aduanas de por medio. Pero todo eso se acabó en la europa del siglo XX que empezaba tras la Gran Guerra. El mundo de ayer, el libro de memorias de Stefan Zweig, refleja todo esto. La Europa de hoy es algo único en ese sentido, una especie de ghetto idílico en el que estamos metidos, a prudente distancia del resto del mundo. Es bueno tenerlo en cuenta, para apreciarlo.
Salvo privilegiados o grupos que se formen para alquilar un coche durante unos días, la mayoría de los estudiantes viajamos en tren en este país. Lo bueno es que tienen una red tupida de conexiones ferroviarias: se puede ir a muchos rincones a base de transbordos y de esperas; mirando un mapa, los trenes parecen una tela de araña que se extiende digamos que por todo el país, aunque en realidad sea especialmente por el sur, donde están las grandes ciudades, como es obvio. Para gente que vaya a pasar todo un curso en Holanda, y si llevan intenciones de moverse un poco por ahí, es recomendable comprar una tarjeta de descuento que la compañía de trenes ofrece: hay que soltar cuarenta o cincuenta euros para tenerla (estos Países Bajos no destacan por su generosidad en cuanto a servicios, desde luego), pero luego viene a suponer un cuarenta por ciento de descuento en cada billete [en trenes que se cojan a partir de las nueve de la mañana, por cierto; y si en un trayecto de dos horas y media, digamos por ejemplo que los veinte primeros minutos de viaje son antes de las nueve de la mañana, los muy pulcros calvinistas te dan dos billetes, uno hasta la primera estación que vayas a pisar después de las nueve de la mañana, el cual te lo cobran sin reducción, por supuesto, y otro a partir de ahí, ya sí con descuento; si te pillan haciéndote descuento antes de las nueve de la mañana, va mula, sobra decirlo]. Conseguirla es inmediato, si se tiene una foto de carnet, y una dirección postal; por eso, creo que lo mejor es comprarla el mismo primer día que se llega a Holanda (en Schiphol, o en Amsterdam), porque sólo es cuestión de minutos, y ya sólo en el viaje que se vaya a hacer de esos lugares hasta Groningen, digamos, uno se ahorra casi diez euros. Con cinco veces que se vaya de Amsterdam a Groningen, o viceversa, ya se compensa el coste de la tarjeta, y de ahí en adelante viene a ser ahorro, que nunca viene mal. Porque el tren aquí, como era esperable, es carísimo. Y encima tirando a malo. Son más bien lentos, y a veces tienen "problemillas": han llegado a tener retrasos de cinco horas en un trayecto de dos horas y media. Como el billete no fija el tren que se va a coger, a veces van llenos en algunos tramos, y toca ir de pie. Los baños es mejor no visitarlos. Les encanta unir y desunir trenes, así que en un momento dado uno oye un discurso de un par de minutos por la megafonía en holandés, y le están avisando que sólo la parte delantera del tren que creía que era el bueno, el suyo, va a donde él quiere, con lo que si uno no pregunta a algún holandés bienintencionado lo que está pasando, corre el riesgo de aparecer en cualquier otro lugar de estas entrañables Holandas. Y demás... Pero a pesar de los pesares, siempre es bonito viajar en tren, viendo el paisaje, leyendo, durmiendo, aburriéndose, charlando con algún desconocido al que no se va a volver a ver jamás, mirando reflejada en el cristal a la guapa de al lado, ... De Donosti a Groningen se puede llegar en un día de tren, con un TGV a París, y de ahí un Talys a Amsterdam. Es un viaje que acaba siendo cansado, pero que tiene también mucho encanto, y que en definitiva viene a ser un día que rompe por una vez al menos con las rutinas de gentes y lugares, y que da un respiro para estar un poco tranquilo.
Holanda es un país relativamente bonito para viajar, aunque haya lugares que están algo sobrevalorados. Amsterdam es una ciudad agradable, con canales elegantes, con casas antiguas, con atmósfera de pueblo en algunos rincones, ... Pero todo eso no da para mucho más que paseos más o menos tranquilos, y visitas al Rijkmuseum, que merece la pena pero se queda muy pequeño frente a los grandes (Louvre, Prado, ...), al Van Gogh, que es más pequeño aún, y algo más. Están el morbo del barrio rojo, y el misterios de los cofee-shops, pero el primero queda en grotesco y repugnante, y el segundo en rutinario después de meses en este país. Fue esperpéntico ver a un rebaño de turistas de los de con guía callejear por el barrio rojo de noche: señoras maduras de bien ojenado al lado de sus maridos los escaparates de las jovencitas inmigrantes que posan sus bellezas al viandante, mientras alguien te ofrece coca casi a grito pelado en la esquina de al lado. El entorno cercano a la estación central de trenes consiste básicamente en una extensión espiritual de la zona de las prostitutas: tiendas turísticas de las de llaveros cutres o puestos grasientos de patatas fritas y sucursales de las cadenas de tiendas típicas, Zara, Mango, etc. Hay unas cuantas iglesias que pasan desapercibidas, una de ellas rodeada radialmente de escaparates lujuriosos, no se sabe si para santificar el pecado, o para pecaminar la santidad. Pero en todo caso, lo de las catedrales de aquí queda en mera apariencia, porque hace unos siglos ya que las acribillaron: es algo típico de este país que las iglesias sean simple edificio, usado a veces para hacer exposiciones o reuniones de caridad, pues artísticamente tienen un valor miserable: sin pinturas, sin vidrieras, sin retablo apreciable, todo más o menos blanco y triste. Incluso vimos en Utrech una que la habían convertido ya directamente en viviendas particulares. La reforma debió ser un gran acontecimiento pirotécnico aquí, cercano a la quema de libros nazi o la cirugía facial de los talibán a las famosas estatuas milenarias. Viva el calvinismo. Pero frente a este panorama desolador, uno se encuentra con una grata sorpresa al pasar a la parte flamenca de Bélgica, pues aunque culturalmente sea cercana a la holandesa (aunque creo que no es protestante), esta región del Norte de Bélgica guarda unas catedrales sencillamente increíbles: la de Amberes (o Antwerpen en otros idiomas) es grandiosa, con talle esbelto y elegante, recogida y alta, de siete naves si no recuerdo mal, ... Son dos euros por entrar, pero así da gusto pagarlos, y no como en las holandesas, que tienen la desfachatez de cobrar por ver muros blancos y desangelados. La de Gante era también hermosa, muy adornada para los oficios, con flores y demás, con un púlpito barroco único, con alguna pintura de Rembrand en las paredes... Y semejante Brujas. Es realmente bonito visitar esas ciudades; incluso se podría decir que merecen más la pena que muchas otras holandesas. Amberes es una ciudad a la que se le puede aplicar con gran acierto el adjetivo de decadente. Parece que tuvo al menos dos periodos de esplendor, hacia el siglo XV ó XVI primero, como importante centro comercial y burgués por su puerto, y otro hacia finales del siglo XIX, como puerto de la metrópoli para las colonias, especialmente el Congo de Leopoldo II, reconocido en 1885 en el Tratado de Berlín como propiedad privada del monarca, y donde según se cuanta cometió uno de los mayores genocidios de la historia, comparable a los de Stalin o Hitler. Amberes tiene huellas de todo ello: la Catedral de Nuestra Dama y la plaza de en frente, con sus casitas antiguas de los gremios y de los burgueses de la época; o la imponente estación de tren, de principios de siglo posiblemente, el museo, la arquitectura de los ensanches, o el arraigado comercio de diamantes. Pero hoy es una ciudad decadente, no sé bien por qué: los edificios están sucios, las tiendas de diamantes son casi cuchitriles, los ensanches que contaban incluso con casas de estilo modernista son ahora suburbio pobre de inmigrantes, los tranvías no lucen, el museo, a pesar de su calidad, no tiene apenas visitantes y las maderas del suelo crujen a veces al pasar. Es una ciudad de grandeza caída, me imagino que cercana a las de los países del Este de Europa, hasta cierto punto. Es de un contraste deslumbrante y atractivo, que merece la pena visitar, y más aún en cuanto que el ella no se da apenas aún la fatal invasión de turistas que estrangulan el encanto de otros lugares, como podría ser Brujas. En todo caso, sea como sea, viajar siempre es bonito; con una guía y algo de dinero en el bolsillo se puede acabar yendo a muchos lugares, y hay que aprovechar la oportunidad una vez que se está por aquí.
En fin. Poco más tengo que añadir a estas pinceladas que
he querido dar de este lugar de Holanda. Al final, la verdadera entrada
en la primavera ha sido menos encantadora de lo que habríamos querido
esperar, porque ya se sabe que en Abril aguas mil, y que renacen los mosquitos
de los pozos estancados de agua turbia que tienen aquí en los parques
(son charcos cerrados, en los que por tanto el agua no fluye, y que están
seguramente por debajo del nivel del mar, por lo que tampoco podrían
fluir muy lejos), y demás detalles que quedan por ahí. Además,
uno ya empieza a pensar en el regreso, en cómo va a organizarse
con todos los trastos que ha ido acumulando durante el año, y tiene
ya con eso y con los exámenes suficientes rompederos de cabeza como
para seguir viéndolo todo con la mirada que traía en Septiember,
llena de ánimo y de ansias, y un poco también de temores.
Pero por otra parte tampoco es tan malo que las cosas acaben, porque ahora
al volver a "casa" muchas cosas han sucedido y por tanto otras muchas han
cambiado, lo cual debería ser siempre bienvenido en principio al
menos. Es una buena experiencia esta de salir afuera, conocer mundo y conocer
a gentes, y sobre todo quitarse un poco de encima las telarañas
que se
acumula estando en casa. En el mejor de los casos, incluso, uno puede
sacar algunas conclusiones más metafísicas e interesantes,
y empezar a dudar un poco acerca de las cuestiones clásicas, de
quién es él y a dónde pertenece él, si es que
creía alguna vez que perteneciera a algún lugar o patria
concretos, y en este sentido puede que a base de ver otras, uno aprenda
a ir ironizando poco a poco acerca de las figuras que se pretende simbolicen
diferentes culturas, las insulsas banderas (símbolos en realidad
de Patrias y de Aberris), y vaya estimando lo verdaderamente fundamental
y profundo, que son el aceite de oliva y las babarrunas (símbolo
de las gentes y los pueblos), con lo que uno se irá afortunadamente
acercando al mejor antídoto contra jaquecas como los Aznares o los
Arzallus, que no es pequeño logro. Así que, claramente, y
en definitiva, el hecho de salir de casa enseña, como ya decía
antes, ante todo, obviedades.
Sobre los cursos que cursé o a los que asistí:
1. Teoría de distribuciones. La impartía E.G.F. Thomas, un señor bastante mayor ya, pero de una inteligencia impresionante, y buen sentido del humor. Planteaba la asignatura a caballo entre ser para físicos y ser para matemáticos, con formalismo donde hiciera falta, pero no demasiado. Da una visión de lo que son las distribuciones, como generalización de las funciones, repasando propiedades de convergencia, completitud en espacios adecuados, operaciones como la transformación de Fourier de estos objetos, etc. Son cosas que ya medio sabemos de tercero, por lo que verlas un poco más a fondo es agradable y no demasiado complicado. El hombre daba muy bien la clase, con agilidad, y seguía un buen libro, Mathematical methods for the Physical Sciences, de L. Schwartz, que fue su tutor de tesis en París, y también quien introdujo el espacio de Schawtz, en el que las distribuciones de cierto tipo tienen propiedades maravillosas, y que luego aprovechamos apara Mecánica Cuántica y demás. En ese punto, además, se agradecía mucho que el hombre supiera de física, porque establecía muchos vínculos con ésta, e incluso una de las últimas clases la dedicó a dar una visión amplia del formalismo de distribuciones que habíamos venido dando, y relacionándolo con la Mecánica Cuántica, con los espacios de Hilbert y con la licencia que nos damos los físicos de hablar de función delta de Dirac, cuando está lejos de ser una función. Fue una de las mejores clases que recuerdo en lo que llevo de Universidad; una de las pocas en las que el profesor ha sido capaz de mostrar un panorama más allá de medio metro a la redonda.
2. Física de láseres. Fue un curso muy relajado. Pero la evaluación consistió en construir un láser junto a un estudiante de doctorado, en grupos de dos. Fue una semana dedicada a ello, metidos tres personas en el laboratorio, con material serio y haciendo cosas elegantes. Fue bonito.
3. Teoría cuántica de campos. Es un atracón demasiado grande para hacerlo en cuarto, y peor aún, en Septiembre. El profesor era de Roo; es un profesor que transmite serenidad, con su hablar pausado, su vestir sencillo pero de gusto, su buena letra. Las explicaciones son claras en general, bien dadas. Las clases suyas tienen éxito aquí; es muy apreciado.
4. Mecánica Cuántica Relativista. La vuelve a dar de Roo, en hacia primavera. Empieza por la ecuación de Dirac; se cuantiza un campo escalar, y ahora estamos cuantizando en campo electromagnético y el campo de Dirac; no sé qué viene después. Es una asignatura atractiva, no excesivamente complicada cuando se hace poco a poco.
5. Mecánica Clásica y Electromagnetismo. La impartía J. Knoester, un profesor más bien joven y simpático. Las clases eran buenas, bien preparadas, con buena letra y organización. Seguía el el libro del curso breve de Landau casi al pie de la letra, con lo que los resultados son casi necesariamente buenos. Estaría bien que más profesores hicieran algo parecido, porque los libros de Landau y compañía son extraordinarios, y encima baratos. En la primera mitad se estudia la mecánica Lagrangiana y Hamiltoniana, al nivel de nuestra Mecánica Clásica de segundo más o menos, con lo que poco hay de nuevo, aunque no es tan malo repetir y repasar, que uno descubre qué mal asentadas pueden quedar cosas que antes creía ver y entender bien. La segunda mitad viene a ser una formulación covariante del campo electromagnético, con un paréntesis de relatividad en medio. Esta parte sí es más nueva e interesante, aunque tampoco se puede llegar a extender mucho el asunto.
6. Estado Sólido (I). Es una introducción al tema, siguiendo el Kitel, libro más bien insulso. Del profesor no hago comentarios.
7. Estado Sólido (II). Viene a ser una continuación de la anterior, ahora bastante más bonita. Se usa el formalismo que antes se insistía en esconder como fuera. La está impartiendo Maxim Mostovoy, un joven ruso, chico majo. Se habla de phonones, excitones y electrones como partículas individuales, y parece que más tarde se verán excitaciones colectivas. El hombre viene sin ningún papel al aula, y se saca la clase de la manga, haciendo todo poco a poco y con buena letra, explicando lo que está haciendo para él poder aclararse, lanzando a veces comentarios de que si esto o lo otro viene a ser lo mismo que lo que se hace en Teoría Cuántica de Campos, etc. Se va a gusto a su clase.
8. Teoría Cuántica avanzada de Sólidos y Sistemas de muchas partículas. Aunque la tasaban en seis créditos, se impartió en un solo periodo, con tres clases a la semana. Se acumulaba materia a toda velocidad, en parte por el tiempo, pero también por el estilo del profesor, D. Khomskii, que daba unas clases muy buenas pero sin pararse mucho en detalles, con lo que en seguida apuntaba al grano y solventaba el asunto. Era un señor bastante mayor pero muy vivaracho, muy bueno en la materia al parecer. El curso estaba orientado tanto a estudiantes (sobre todo de física teórica) como a doctorandos (de ramas quizás algo experimentales, y que necesitaran de las nociones teóricas de la asignatura). La pena es que se daba antes de Estado Sólido II, con lo que uno puede asistir con lagunas a este curso, y perderse en ellas. Se hablaba de transiciones de fase, sobre todo de segundo orden (ferromagnetismo), partículas (phonón, electrón y otras), y fenómenos colectivos, con un poco de formalismo de diagramas de Feynman como ayuda, pero sin ser un estudio serio de ello.
9. Física Subatómica. Es una de las asignaturas que alguien decidió que es obligatorio estudiar, y que por tanto toca. Hubo suerte, y el profesor resultó ser bueno, Naser Kalantar, aunque fuera un hombre fugaz donde los haya, en presentar las ideas y en el hablar. La asignatura estudia primero el núcleo atómico (del que se sabe mucho pero no se sabe nada), luego hay una transición en la que se habla de la desintegración beta (un tema muy elegante), y al final se aventura en el mundo de las partículas, para venir a dar una serie de descripciones cualitativas y charlas de las que gustan escribir los divulgadores de la ciencia, con partículas exóticas y detectores megalómanos. Sólo el profesor salvaba a una asignatura por lo demás poco interesante.
10. Teoría de grupos. Es una materia interesante, pero hay que ponerse a ella. Es abstracta al principio, para luego analizar ejemplos más cercanos a la física: grupos de rotaciones continuas (momento angular), discretas (spin), grupo de Lorentz (relatividad), etcétera. El profesor era un hombre curioso, pero sabía del tema.
11. Mecánica Estadística. Es un tema muy interesnte, aunque haya habido bastante mala suerte con el profesor aquí. Seguía un libro desagradable, lo cual hizo que algunos cogiéramos el Landau, e intentáramos aprender de ahí; cosa no tan fácil, por otra parte, sin un buen profesor que aligere el camino. Del Landau la parte introductoria a la materia es monumental: prosa, y conceptos, para luego empezar ya con el tema a base de tirar del hilo que ya a puesto sobre la mesa. El examen fue oral, lo cual me parece interesante en principio, por aprender a hacer las cosas así también, pero lo malo es que el profesor se conocía demasiado bien la materia que impartía, aunque en clase la impartiera de forma desganada y caótica, malcopiando notas. En fin.
12. Termodinámica desde una perspectiva matemática: Era una asignatura que prometía mucho, al menos para los interesados en la termodinámica, como vestimenta matemática que se le pudiera dar a una rema elegante de la física. Pero el panorama era desolador, con un libro que fue la tesis doctoral de un matemático como guía, y que por tanto era puro formalismo, con alguna que otra definición en algún lugar, que se pretendía contuviera "la física" del asunto. El profesor era el mismo que el de Mecánica Estadística.
13. Relatividad General. Es una introducción acelerada a la materia. Se dan los rudimentos de los tensores en un par de semanas, y va que chuta. Luego se "sacan" las ecuaciones de Einstein de algún lado, y lo demás son cálculos más o menos habilidosos. Seguro que es un tema precioso, visto detenidamente.
Es todo lo que puedo decir con conocimiento de causa. De todos modos,
aquí las cosas burocráticas van muy ágiles, y los
cursos se eligen sobre la marcha. El único problema puede ser la
inamovible matrícula que la Universidad española nos obliga
a hacer en Septiembre, como si se pu dieran prever todos los pormenores
que vayan a surgir a lo largo del año. Lo que sí es cierto
que tiene de bueno que viene a ser una especie de contrato, y que por tanto
obliga; pero aquí las cosas son afortunadamente diferentes,
más acordes con el espíritu latino.