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La bolsa y la economía
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Por Joaquín Arriola
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EL papel que ocupa la información sobre la bolsa en los medios de comunicación resulta excesivo en relación al papel que esta tiene en el funcionamiento de la economía. Es cierto que son varios millones los ciudadanos de este país que tienen colocados parte de sus ahorros en acciones y obligaciones, pero también es verdad que en la mayor parte de los casos, se trata de una parte menor de sus ahorros, y por otro lado, aun son más los millones cuyos ingresos dependen de un salario, sin que la información laboral obtenga la relevancia que por este hecho le correspondería.
Por lo general, los comentaristas suelen deducir de la evolución de las cotizaciones en la bolsa lecciones sobre la situación de la economía, lo cual no siempre es lo más adecuado. Por el contrario, el orden correcto del análisis sería deducir de la evolución de la economía, la marcha futura de la bolsa. Pero también esto es arriesgado, por el carácter económicamente ambiguo de la cotización de los valores en bolsa.
La bolsa es en principio un mercado financiero que sirve para que las empresas financien sus inversiones en mejores condiciones que a través del crédito bancario. Pero esto es sólo en principio, porque esta función sólo se cumple cuando las empresas empiezan a cotizar en bolsa, o cuando colocan un paquete de acciones nuevo en la misma. Se venden las acciones, la empresa retira el dinero y lo invierte en las actividades que le son propias. Esta función económica de las bolsas tiene gran importancia en los países anglosajones, donde empresas grandes y pequeñas tienen en los mercados de activos y no en el crédito bancario su fuente principal de financiación. En Europa continental y en Japón, la situación es la contraria; aquí predomina la financiación bancaria, sobre todo para las pequeñas y medianas empresas. Dos modelos financieros divergentes, con vinculaciones más estrechas en un caso y menos en el otro entre la evolución de los precios de los activos en las bolsas y el acceso de las empresas al dinero necesario para financiar sus actividades productivas.
A partir de ese momento, las acciones comienzan a ser vendidas y revendidas en un negocio que no tiene nada que ver con la actividad económica real. De hecho, dos son las funciones principales por las cuales los compradores adquieren acciones: como forma de colocación del ahorro, y por motivos de especulación (vender barato y comprar caro). El primer motivo tiene su importancia cuando las formas alternativas de rentabilizar el ahorro, en particular los depósitos bancarios y la deuda pública, no rinden lo suficiente. En ese caso, cuando los tipos de interés son bajos, el dividendo de las acciones y el cupón de los bonos se vuelve más atractivo, y los ahorradores trasladan su dinero a la bolsa. Pero como digo, esto es el chocolate del loro, que por sí solo no explicaría nunca el auge espectacular que han tenido las bolsas de valores en los últimos lustros.
Hoy en día, la mayor parte de las transacciones tienen una finalidad alejada de la producción y distribución de bienes y servicios, que es en definitiva la actividad económica real. Por un lado, las grandes empresas han encontrado en los mercados financieros, y en particular en los mercados globalizados, un mecanismo para obtener mucho dinero rápidamente, que se destina no a aumentar la capacidad de producir, sino a la compra de empresas competidoras, o para la diversificación de su actividad empresarial hacia la especulación financiera. Muchos inversores se dedican exclusivamente a la especulación financiera, jugando con los precios actuales y las previsiones para obtener una rentabilidad en el proceso de compraventa. Unido a esto, un proceso de innovaciones muy importante, que ha diversificado los activos que se negocian en las bolsas; ya no solamente acciones, es decir, participaciones en el capital social de las empresas, sino productos estrictamente financieros, como bonos, cédulas hipotecarias, certificados de depósito etc. se compran y se venden buscando esa ventana de oportunidad en las rentabilidades relativas que permita hacer negocio, es decir, ganar dinero comprando barato y vendiendo caro. Pero en este caso, caro y barato no tiene n nada que ver con el valor de la empresa de referencia de las acciones o títulos, sino con la evolución tendencial de los precios. Y este es el meollo del asunto: la evolución de los precios
Los analistas suelen distinguir entre el corto y el largo plazo, indicando que a largo plazo las cotizaciones de los activos financieros tienden a situarse en el entorno de las rentabilidades reales de las empresas, del valor real de su capital social. El problema es que este valor real también es indeterminado en los mercados financieros, porque los especuladores lo vinculan a las tendencias en los mercados de bienes asociados a los valores en cuestión. De todos modos, este largo plazo no influye realmente en la evolución cotidiana de las bolsas de valores, que pueden llegar a divergir enormemente de los valores económicos reales. En ocasiones, el ajuste de los precios financieros a los valores reales se produce de forma brusca, bien porque los precios financieros estuvieran sobrevalorados, o porque hayan cambiado las expectativas sobre la evolución del mercado de bienes correspondiente a la actividad de las empresas cuyos títulos están en candelero, o por una combinación de ambos factores. Esto es lo que parece estar ocurriendo con los títulos de las empresas constructoras e inmobiliarias, sobre todo estas últimas. ¿Quiere esto decir que el boom de la construcción se ha acabado, y que la bolsa es el heraldo de esta noticia? Pues no, porque no sabemos cuanto hay de ajuste entre precios (precio financiero de las acciones y valor económico de las empresa) y cuanto de identificación de un cambio de coyuntura económica por parte de los agentes que están vendiendo a pérdida estas acciones (creyendo que así evitan pérdidas mayores en el futuro). En términos económicos, es muy probable que la desaceleración de la fiebre constructora de casas se compense con obra pública, AVE y otros correcaminos, porque el gobierno del Estado ya ha declarado que tenemos un déficit en capital público por habitante considerable respecto al resto de europeos. En ese caso, las constructoras se salvarán de la quema, y el daño quedará aislado en el sector de las inmobiliarias. En todo caso, esta evolución, como la de la economía en general, poco va a estar influida por las alegrías o las penas que les depare la bolsa a quienes hayan puesta en ella sus esperanzas. |
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